Cómo acabar para siempre con "La Novela Histórica".
Anécdota jocosa de don Rodrigo Díaz de Vivar,
más conocido por todos como El Cid Campeador
Demos
crédito a las especulaciones históricas de don
Nicolás Fernández de Moratín y a las del señor de Mena, y situemos al Campeador
penetrando por la imponente puerta de Al-Kalat
las fortificadas murallas de la almudaina de Magerit en el año de Nuestro Señor
Jesucristo de 1081.
Todo
parecía miel sobre hojuelas en la corrida. Los caballeros cristianos se lucían
y no menos lo hacían, picados en su amor propio, los hijos de Mahoma. Pero don Rodrigo, que no había cesado de
echar sugerentes miradas al tendido de presidencia, y más concretamente al
vertiginoso escote de Zaida, la
preferida del harén de Alí-Atar,
metió la gamba hasta el fondo al brindar la muerte del último morlaco del
festejo a la bella odalisca. Soltó Mio
Cid a la mujer del morabito, asina, a bocajarro, “que estaba más buena que mazapán”, y que de no ser su señor quien
era, “despojárala de sus atavíos e hiciérala
sayón de saliva, y luego”. Y va y díceselo el achulanganado mercenario en
la propria cara del celosón gobernador y en su propria idiomada:
- Zaida
ta´ja mona, ta´ha mazapán, paisa. Andamaja bahate la fajah, y´aiba-la-baba jubón.
Al
decir tan grande burrada Mio Cid, el
señor Atar no pudo por menos que
mandar llamar a su lado a la Guardia Mora.
- ¡Ajak baj akbaj bah, balab, n´dalá la
gagjjj! - dijo el Mulá
Cadí en su gargajosa lengua, como empalagado de aljanfores y ajonjolíes,
anegado en arcadas.
- ¡Buaj kabá! - concluyó - y echó un
sustancioso escupitajo a los cascos de Babieca.
Por
si acaso el de Vivar no se había coscado de la movida, el dignatario almohade se lo
tradujo:
- Pasiado
tú tries aldeas, paisa. Castiya e Al-Andalus mesma cosa es, pero afrienta limpiá
menester...
- ¡Tuamí vasé Mamad Jiad! - exclamó El Cid, desafiante, utilizando la
ancestral expresión que significaba "Tú
a mí me vas a hacer la madre de todas las mamadas, especie de cagarruta de
camella".
El
Mulá Cadí explotó en santa cólera.
- ¡Tebaj-k´Gar, Al- Mamoun, Mamá-Leilú-Yia!
(Te vas a cagar, mamonazo, por la gloria
de mi madre)
Los
infieles sarracenos, blandiendo sus enormes cimitarras, saltan al albero para
prender a don Rodrigo Mio Cid, quien
se apresta a morir matando, pero su hueste, que recelosa se había ido acercando
a las murallas, acude a socorrerle.
Retomemos en este punto los bellos
versos de Moratín:
Ya
fiero bando con gritos
su
muerte o prisión pedía
cuando
se oyó en los distritos
del
monte de Leganitos
del
Cid la trompetería.
El
alcaide, recelando
que
en Madrid tenga partido
se
tiempló disimulando,
y
por el parque florido
salió
con él razonando.
Y es
fama que, a la bajada,
juró
por La Cruz el Cid
de
su vencedora espada,
de
no quitar la celada
hasta
que tome Madrid.
Rafael Martínez Sainero. Pirata 2005
Ilustración de portada: Roger Payne
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