"Darth Vader and Son" y "Vader´s Little Princess" Son dos joyas de libros dibujados por Jeffrey Brown. |
La banda de DC Cómics y el Día del Padre. |
Uno de los mejores ilustradores de todos los tiempos, el norteamericano Norman Rockwell, experto en reflejar la vida cotidiana de las gentes de su país, nos mostró en muchas de sus obras la interrelación padre-hijo en diferentes situaciones y estratos sociales. ¡El puto maestro el Rockwell! ¡Qué manera de dibujar, oiga!
Después de esta portentosa demostración de talento, os ofrezco un pequeño relato que escribí hace "ná y menos" en primicia para el blog "Aquí nos vemos" del Centro de Mayores "El Bulevar" de la entrañable barriada del Valle del Kas. Es la prueba evidente de que, en el fondo, soy una persona sensible... a los cambios bruscos de tiempo.
El día del Padre
Se había ido desprendiendo de todas sus pertenencias casi con la misma frecuencia que su cerebro de la memoria. Era algo involuntario, inherente a una cruel enfermedad. Apenas le quedaban ya un par de recuerdos distorsionados y dos objetos que guardaba con veneración en el cajón de la mesilla de su habitación.
Se aferraba a ellos casi con desesperación. Eran su única ancla a un universo que no entendía, que le asustaba hasta los límites de la locura.
El primero de los objetos era una graciosa careta de pirata, hecha con cartulinas de colores por un niño pequeño. Tenía unos graciosos pendientes de papel dorado, un sombrero azul con una calavera y sus características tibias cruzadas, un parche y una pipa de lobo de mar. En el reverso de la careta podía leerse: “Querido Papá: Felicidades papa por el día del padre. Te doy este regalo. Feliz día.” El otro objeto era un tosco cenicero de barro, modelado también por alguien de corta edad. En su interior, grabado con un palillo podía leerse: “Te quiero, Papá”
Los chavales que habían creado con sus manos aquellos obsequios, hace ya tanto tiempo, lo habían hecho jugando, guiados por sus maestras en clase de "Manualidades". Seguramente les hubiera divertido mucho más haber escrito “Tonto el que lo lea” que ese “Te quiero” un tanto forzado por la buena voluntad de las profesoras. Aunque solo fuera por la lagrimilla que se le escapó a aquel padre ese diecinueve de marzo mientras abrazaba a sus hijos, el esfuerzo había merecido la pena.
Pero él ya no recuerda aquel instante, ni la furtiva lágrima, ni el abrazo, ni a sus hijos. No sabe quiénes son esas personas que entran en la habitación y le hablan como si le conocieran de toda la vida.
La bajita del uniforme verde y cara de mono le es un tanto más familiar, es la cuidadora que con fría indiferencia le atiende en el centro donde está ingresado.
Siempre quiere que se vayan todos, le atemorizan, no sabe qué decir, no sabe decirlo, no entiende nada. Tan solo desea quedarse solo y abrir el cajón.
Cuando por fin tiene entre sus manos el pequeño cenicero de barro y la careta del pirata, una sonrisa le aflora al rostro. Son mágicos. Ignora quien se los dio. No sabe leer lo que está escrito en ellos. Solo sabe que son suyos.
Con eso tiene más que suficiente.
Rafael Martínez Sainero, Pirata, en Guadalajara, Castilla, marzo de 2013
¿Falta mucho, Pápa...? ¿Falta mucho? ¿Yamos llegao?
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