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martes, 9 de julio de 2013

186.- PEQUEÑOS MONSTRUOS: Capítulo 1 "El Cubil de la Reina Madre"



    El crucero de guerra Star Hunter, de la Armada Estelar Terrestre, llevaba trece años vagando a la deriva por el espacio. Un virus mutante desconocido había acabado con la vida de toda su tripulación y ahora la nave servía de colmena a una colonia de arakners. Estas feroces criaturas primitivas, de más de dos metros de altura y cuyo aspecto semejaba el cruce genético entre una mantis y una tarántula, se alimentaban de residuos nucleares. El Star Hunter era para ellos una auténtica despensa, pues las bodegas de la nave estaban repletas de bidones con restos radioactivos de plutonio que debían haber sido transportados a Ñapa VI, el planeta vertedero en el sistema de Orión.

    Jesse Hazzard, subteniente del Cuerpo Especial Espacial de los Comandos Operativos de Intervención Rápida de la Armada Estelar Terrestre, había sido designado por el alto mando para recuperar el navío. Muchos equipos de rescate lo habían intentado antes que el suyo, pero nadie regresó; todos habían sido exterminados por los aliens; ni un solo superviviente. Pero en esta ocasión el ejército terrestre disponía de las nuevas TK-Gas, unos fusiles de asalto capaces de disparar proyectiles cargados de un gas, que al entrar en contacto con la sangre arakner, provocaban una reacción en cadena y los hacía volar por los aires en menos de tres segundos.
    Desde la Tierra, en el cuartel general, intentaban desesperadamente establecer comunicación con Hazzard y sus hombres, pero los campos electromagnéticos generados por las ventosidades arakner, impedían toda transmisión.
- Ahora están solos en ese infierno - dijo preocupado el general Colt Warhammer, mirando las interferencias en la pantalla gigante - que Dios les ayude.

    Los pasillos del Star Hunter, convertidos en madrigueras de arakners, mostraban un aspecto desolador. Miles de capullos viscosos, donde los extraterrestres sufrían sus metamorfosis de crecimiento, colgaban de techos y paredes, el suelo estaba encharcado y una pringosa gelatina verde se adhería a la suela de sus botas. Hazzard miró a su izquierda; a su lado, la sargento primero Diana Drunk "Calimochos" dirigía el localizador láser de su arma más allá de una densa nube de vapor que surgía a toda presión de una conducción rota.
- ¿Cómo vamos de armamento, sargento?
- Solo me quedan diez cargas TK, señor.
- A mí solo cinco. Estamos muy cerca del nido de la reina - el subteniente observaba inquieto el oscuro final del pasadizo - manténgase alerta, sargento, y recuerde : dispáreles a cualquiera de los ocho ojos.
- ¡Descuide señor, no fallaré!
    Avanzaban muy despacio, intentando hacer el menor ruido posible. Las gotas de sudor perlaban sus frentes bajo el casco de combate y el desagradable sonido de sus botas pisando el pringoso fluido que cubría el piso les estaba volviendo locos.
¡Chof, chof, chof!
- Saben que estamos aquí... ¡Nos van a oír!
    Aunque intentaban disimularlo, sentían un terror indescriptible al recordar cómo habían caído sus compañeros... ¡Malditos bichos! Les habían preparado una emboscada en el muelle siete. Una verdadera escabechina. Tan solo quedaban ellos dos. Dos humanos solos contra un ejército de monstruos mutantes.
    A medida que se acercaban a la bodega principal, el pasillo ya no reflejaba ningún resto de presencia humana. Las metálicas paredes, los paneles de control, los tubos de ventilación, todo aparecía recubierto de babas viscosas solidificadas. Un repugnante rumor de gorgoteos guturales surgía del interior del enorme cubil.
- Debe haber cientos de ellos ahí dentro - la sargento estaba a punto de perder los nervios - ¡Tendrían que haber desintegrado esta condenada nave con esos capullos dentro!
- ¡Ssshhh!... Cálmese, Diana - Hazzard la llamó por su nombre para tranquilizarla - Se trata de recuperar la nave ¿Recuerda?
    Posó su mano sobre el hombro de la sargento. 
- ¡Ánimo, lo conseguiremos!
    Sus miradas se encontraron. Durante un instante ambos olvidaron que eran veteranos de guerra, profesionales curtidos en mil batallas; el tono de voz de la sargento se dulcificó cuando dijo:
- Señor... Yo... Bueno... Si... Si no salimos de ésta siempre he querido decirle que.. Yo.. Yo le...
    Jesse puso un dedo en los labios de Diana, no dejándola acabar la frase. Alzó lentamente el cañón de su TK y apuntó con él al bello rostro de la chica.
- Pero señor... ¿Qué demonios...
- ¡¡¡Agáchese!!! - Hazzard empujó la cabeza de "Calimochos" hacia abajo mientras disparaba por encima. Tras ellos, las espantosas mandíbulas de un gigantesco arakner fallaban por milímetros en su intento de arrancarle la cabeza de un mordisco a la sargento. A los tres segundos exactos, el monstruo reventaba por dentro, cubriendo de vísceras malolientes los trajes de combate de nuestros héroes.
- ¡¡Corra!! - El oficial gritaba al ver que el pasillo se llenaba de furiosos bichos que surgían por todos lados, agitando sus largas y peludas patas.
- ¡¡Tenemos que salir de aquí... El muelle cinco no está lejos!!
    Al doblar la esquina, los dos comandos sintieron que la sangre se les helaba en las venas. Ante ellos se erguía una criatura inconcebible incluso en sus peores pesadillas. Era un arakner, sin duda, pero un arakner distinto a los demás. Tres veces más grande que el resto, con miles de larvas transparentes adheridas a su peludo cuerpo. Sus ocho ojos multifacetados brillaban con luz propia mientras miraban a sus nuevas presas. 


    Hazzard y Diana no tenían escapatoria. Delante de ellos, la temida reina madre; detrás, cientos de sus sanguinarios engendros.
- Bien, sargento... Parece que esto se acaba - Hazzard amartilló el arma por última vez - ¡Llevémonos por delante a unos cuantos de estos inmundos bicharracos!
- ¡¡Afirmativo!! - la sargento cargó su TK y se situó espalda con espalda con el subteniente.
    Abrieron fuego entre un infierno de chillidos agudos y explosiones. Los alienígenas caían a sus pies abatidos por los proyectiles, pero la reina madre avanzaba inexorable sobre los terrícolas. Cuando se agotó la munición, sintieron que unas poderosas patas dentadas rodeaban sus cuerpos y los elevaban por el aire. ¡La reina madre les había atrapado!... ¡Era el fin!... El horrible cefalotórax del alien estaba a menos de medio metro de Hazzard. Sus descomunales quelíceros, esos espantosos colmillos huecos repletos de veneno paralizante, se movían amenazadores. La reina madre abrió su babeante bocaza plagada de dientes afilados como cuchillas y exclamó:
- Miguel, no te lo pienso repetir más. Abre la puerta, que está aquí Tomasín. Ha venido a buscarte para ir al "cole"... ¡Y se te van a enfriar las tostadas!
- Es imposible - pensó Hazzard - un arakner no puede hablar, y mucho menos hacer tostadas. A no ser que...



    Tras la puerta cerrada de la habitación de Miguel Moratalla, "Mike" para los amigos, se podían escuchar incontables explosiones y los gritos de terror de "Calimochos" al ser devorada.
- Nada, Tomás, hijo, que no nos oye - exclamó resignada doña Concha - debe estar con los cascos puestos escuchando a ese grupo insufrible, los "Mojicones Cocidos", mientras intenta destruir el santuario de los árabes esos.
- Arakners - corrigió el muchacho.
- Como se llamen... El caso es que si manejarais los libros igual de bien que los "vídriojuegos", ya estaríais nominados para el Premio Nobel. ¿Has desayunado ya, Tomasito, hijo?
- Si, doña Concha, gracias.
    Súbitamente, la luz roja que estaba situada encima del cartel de "PROHIBIDO EL PASO AL PERSONAL NO AUTORIZADO" se apagó, y un ligero y familiar "¡Click!" indicó a Tomás que la puerta estaba abierta.
- ¡Hola Mike!
- ¡Eh, Tom... Pasa, tío!
- ¡Aleluya! - exclamó doña Concha mientras bajaba las escaleras camino de la cocina - el intrépido astronauta ya está de vuelta a la Tierra... ¡Bajad enseguida, que luego llegáis siempre tarde a clase!
    Tomás Valenzuela entró en el "cubil" de su amigo y echó un rápido vistazo. Aunque había estado allí infinidad de veces, nunca dejaba de sorprenderse del desorden y el caos que reinaban en aquella habitación. En las paredes convivían, sin problema aparente, los X-men, Homer Simpson, Lara Croft, unos chicles chupados y un mapa de la Tierra Media. En las estanterías, los patines hacían las veces de inestables sujeta-libros y un balón lucía gorra negra de rapero y gafas de sol. La superficie de la mesa ni se veía, cubierta por un "campamento" de libros abiertos tendidos boca abajo, como gigantescas tiendas de campaña para los ácaros del polvo, cosa ésta que ponía a su padre de los nervios, y le hacía ir por toda la casa persiguiendo a su hijo con un marca-páginas en la mano, dándole conferencias sobre su manejo y utilidad.
    Tom avanzó, no si dificultad, siguiendo la aromática senda de calcetines tirados en el suelo; bordeó luego las montañas de la ropa sucia y siguió a través del bosque de las zapatillas sudadas. Una vez salvado el laberinto de cómics y las cajas de vídeo-juegos, llegó a la posición de Mike, que estaba acostado en la cama con el mando de la consola en las manos y mirando apesadumbrado el monitor.
- ¿Qué tal te va con el "Alien Masakre"? - preguntó Tom echando una rápida mirada al triste "GAME OVER" que lucía en la pantalla.
- Fatal, tío; me he atascado en el nivel final. No hay manera de matar a la reina madre arakner.
Mike se levantó de un salto y se puso a la espalda una vieja mochila llena de "pins" y "pintarrajos" de "boli". No tuvo la deferencia de su amigo cuando éste sorteó los obstáculos que minaban el piso de la alcoba, y pateó sin misericordia cuanto se ponía en el camino de sus bambas. Instantes después bajaban a toda velocidad la escalera; Tom de dos en dos escalones y Mike resbalando por el pasamanos. Adelantaron a mitad de recorrido al padre de Mike, don Feliciano, que estaba medio dormido y bajaba intentando hacerle un nudo de corbata al sujetador rosa de su esposa que, por despiste, se había puesto al cuello.
- ¡Buenos días, don Feliciano!
- ¡Oh, si... claro... Buenos días, Tomás!
- ¡Esa corbata te sienta divinamente, papá... Estás muy "fashion"!
- Gracias, hijo... ¡Tened cuidado, chicos, procurad no partiros la crisma...
    En la cocina, como todas las mañanas, estaba montada la de San Quintín: Las noticias de las ocho en la radio, el crepitar de los huevos fritos con beicon de don Feliciano, los ladridos de Chúchez, los insultos mutuos de los gemelos...
    Una vez en el campo de batalla, Tom pasó bajo el fuego cruzado de galletas y cereales al chocolate que volaba por encima de su cabeza, se quitó de encima a Chúchez, empeñado en mordisquear y babear su mochila, rechazó educadamente las cinco proposiciones para quedarse a desayunar que le hizo doña Concha y salió junto a Mike por la puerta trasera. A pesar de que era hora punta, en la calle parecía reinar un silencio sepulcral en comparación.
    En casa, doña Concha cayó en la cuenta de que su hijo, un día más, se había escapado sin desayunar. La buena mujer no podía entender cómo alguien capaz de comerse las fundas de los bolis, las uñas y los cuellos de los jerseys, podía rechazar unas deliciosas tostadas caseras untadas con mantequilla y mermelada de arándanos.
    Mochila en ristre, los dos amigos encaminaban sus pasos hacia el colegio; todavía no habían dado diez pasos, cuando oyeron a sus espaldas la voz de doña Concha, que los llamaba a grito pelado. 
- ¡Esperad, esperad! 
    Se giraron y la vieron llegar corriendo con los brazos en alto, con dos desmesurados bocatas envueltos en papel de aluminio en cada mano.
- Te dejabas el bocadillo, Miguel, hijo - dijo, sofocada, mientras le abría la mochila y se hacía hueco entre los libros de inglés y "mates". 
- ¡Jo, mamá - protestaba Mike - que son de mortadela y me
apestan toda la mochila!
- No digas tonterías, jovencito. Y a ti, Tomás, te he preparado otro, que estás muy delgado. 
- Muchas gracias, pero mi madre ya me…
- No se hable más. Te lo comes y punto; que estás en edad de crecer.
    Tras despedirse de nuevo, los dos amigos emprendieron el camino de la escuela.
- Chico... ¡Qué agobio! - comentó Mike - Nuestra cocina a la hora del desayuno es mucho peor que la guarida de los arakners.
- ¡Y que lo digas! - corroboró Tom - es el cubíl de doña Concha, la reina madre... ¡Ja, ja, ja...!
- Si... ¡Ja, ja, ja... y los muñecos diabólicos son las crías del alien!
    Mike siempre se refería a sus hermanos pequeños, los gemelos "Deimian" y "Chucky" , como  los "muñecos diabólicos". Tenían siete años y eran dos elementos de mucho cuidado, tan maleducados como la niña "El Exorcista".
- Son lo peor, tío; cuando ven bajar peligrosamente el nivel de billetes y monedas del bote donde guardan sus ahorros, son capaces de cualquier cosa. Esperan impacientes la visita de nuestras abuelas, a las que sablean sin piedad. Al verlas llegar se acercan y revolotean cual buitres ávidos de carnaza.
- O sea - apuntó Tom - que se ganan la vida atracando viejas.
- ¡Y tanto!... Cuando les dan menos de lo que esperan, se lo echan en cara. "La otra abuela sí que se enrrolló bien", dicen, "nos dió 60 euros". Y mi madre: "No seáis maleducados y decir "grácias", por lo menos". 
- Se pasan un pelín - contínuaba contando Mike - un día Chucky recibió a la abuela con un "¡Suelta la pasta, carcamal!"
    Y mi madre:
- ¡Iñaki!... ¿Pero qué lenguaje es ese?
    Y Damián, chivándose:
- Lo ha oído en la tele, mami. Y también ha dicho "vejestorio"
    Y mi abuela, disculpándolos:
- ¡Pero déjalos mujer, ya sabes cómo son los críos!...
    Y mi madre:
- Pues a mí, de pequeña, bien que me cruzabas la cara cuando decía alguna palabrota...
    Y mis hermanos:
- ¡Queremos videojuegos!... 
    Y mi abuela, sacando un paquete del bolso:
- Aquí tenéis... el vidriojuego ese que me habíais pedido, "Don Pim-Pón"
    Y los dos, dándo voces:
- ¿Qué?... ¡Ese juego es para niños pequeños, nosotros te dijimos "Donkey Kong"!
    Y le montan a la pobre mujer un pollo de mucho cuidado.
- Es que las abuelas - puntualizó Tom - con tal de que sus nietos les den un beso o un abrazo, les aguantan todo.
- ¡Uy, estos dos, ni por esas!... Ni con 20 euros les sobornan para que les den besos. Agarran la pasta y se esconden para contarla mientras esperan a que las visitas se vayan.
- Hablando de esconderse - dijo Tom con un poco de chufla en el tono de voz - ¿Cuando te vas a atrever a decirle a Yola...
- ¿El qué? - interrumpió, nervioso, Mike.
- Pues eso, tío, lo que sientes por ella... Que la amas con pasión desenfrenada... - Tom se llevaba las manos al corazón con gesto exagerado y hacía aletear sus pestañas mientras suspiraba.
- ¡Eh, eh... sin pasarse, compañero!... Me gusta, si, pero...
- Mucho.
- Si, bueno, me gusta mucho... ¿Y qué?
- Que nunca le dices nada, tío, eres un "cagao"... Te limitas a escribir esos... esos "poemas", pero nunca se los lees a ella.
- ¿Qué pasa con mis "poemas"?
- Nada, ¡Qué suceptible!... Si casi es mejor que no se los leas.
- ¿Estás insinuando que son malos?
- No estoy insinuando nada... ¡Déjalo estar! Si quieres le dices algo y si no... ¡Tú mismo!
    Caminaron en silencio durante un rato. Tom se arrepentía de haber sacado el tema de Yola aunque fuera en tono de broma, porque siempre acababa deprimiendo a su amigo y se sumía en unas pasajeras crisis de autoestima.
- ¿Pero cómo me voy a atrever a decirle algo? - Mike parecía hablar consigo mismo - ¿Tú la has visto bien?... ¡Es una diosa!... Es la más guapa del colegio... ¡Qué digo del colegio... Del mundo!
- ¿Y qué? - Tom intentaba ayudar - pues anda que no hay tías buenas que acaban saliendo con... con...
- Sí, dilo, dilo... Con adefesios cómo yo.
    Mike se paró y levantó sus brazos al aire. Tom se olía un nuevo numerito autocompasivo.
- ¡¡Pasen y vean, señoras y caballeros, la inigualable parada de los monstruos!! ¡No se pierdan el número estelar: Mike Moratalla "la criatura"!!
- Te estás pasando los pueblos de dos en dos - Tomás no sabía donde esconderse - y deja de gritar que creo que aquella señora de allí está llamando a la policía por el móvil.
- ¡Claro, como tú eres rubito y guapete!
- ¿Crees que la señora llama a la poli porque soy rubio y guapete?
- Lo único que creo es que Yola jamás querría salir con alguien como yo. Soy muy feo.
- No eres feo, eres… distinto - Tomás echó el brazo por el hombro a su amiguete -  Si te sirve de consuelo, a mí me gustas.
- ¡Déjate de coñas! Mírame, tío... En clase me llaman el "Panocha" por culpa de este pelo rojo; tengo las orejas de soplillo, si se me mira de frente se me confunde con un taxi con las puertas abiertas... 
- Y no te olvides de las pecas - le recordó Tom, con menos tacto que un manco.
- ¡Es cierto! Tengo tantas, que parece que me ha explotado un rotulador rojo en la cara.
- Bueno, pero son graciosas.
- Gracioso no significa atractivo. Y eso que mi madre me ha dicho que con la edad he mejorado. Tiene escondido en un armario un
álbum de fotos de cuando era bebé y se niega a enseñármelo. "Para que no me traumatice", dice.
-  Vamos, no será para tanto
- ¿Qué no?... ¡Con decirte que de pequeño era tan feo que mi padre me colgaba una chuleta al cuello para lograr que el perro jugara conmigo!


    Tom intentaba aguantarse la risa para no cortar el discurso del pelirrojo, que seguía quejándose amargamente.
- Yo creo que todo es una excusa para no enseñarme el álbum, que en realidad nunca me hicieron fotos, como soy el segundo…  Porque de mi hermana mayor tienen fotos hasta de cuando echaba la papilla... Y de los gemelos, ya ni te cuento... ¡El doble de fotos!
- No te quejes tanto, Mike, tío... Mira, si quieres yo te hago mil fotos el día de tu boda con Yola.
- ¡Ah, Yooola, Yoooola!... - suspiró el enamorado adolescente - por cierto, ¿Te he leído los último poemas que le he escrito?
    A Tom le pareció oír en su cerebro la música de "Psicósis"... ¡Ñií... Ñií... Ñií...! ¡Había escrito más! ¡Dios nos asista!... No sabía donde meterse; por un lado sintió un irrefrenable deseo de salir corriendo, pero no podía hacerle un desaire semejante a su amigo en plena "depre"; y en un acto que honrrará su amistad mientras viva, dijo, heroico:
- ¡Qué va, tío!... Los últimos no los he leído... - Aun quedaba la esperanza de que no los llevara encima - ¡Ya me los leerás!
    Mientras Tom decía aquello entre sudores fríos, Mike no paraba de revolver el interior de su mochila. Los papeles arrugados volaban aquí y allá; ora un trozo de regla rota... ora un mendrugo de pan mohoso del curso pasado, envoltorios de "Phoskaitos"... Y de repente...
- ¡¡Tachááán!! - Mike enarbolaba en el aire, amenazante, su famosa libreta. Jirones de papel Albal decoraban sus cubiertas y la mitad de una loncha de mortadela de aceitunas asomaba entre sus hojas. 
- Vamos a... vamos a llegar tarde, Mike; ya si eso, otro día, más "tranqui", pues vas y me los lees... ¿no?
- Escucha, a ver que te parece... - Se chupaba el dedo índice y pasaba las páginas de la libreta con violencia inusitada.
- ¡Ajá!... Aquí está...
    El menudo rapsoda se detuvo. Su sufrido amigo le imitó y confió en que no pasara nadie durante el recital.
- Escucha, escucha: 

Yola me mola mazo
Yo solo quiero su abrazo
Chocar con ella como un "tazo"
"Pa" quedarme en su regazo
Y arrearle un buen…

- ¡Eeehhh…!  Eeehhh…!  Para el carro.
- ¿Qué?... ¿Qué pasa?
- Que ibas a decir una burrada.
- ¡Besazo!... Iba a decir "besazo"; eso no es ninguna burrada.
- Da igual, tío, no puedes leerle eso.
- ¿Por qué no?
- Porque es muy malo, por eso.
- ¿Malo? ¡Me he tirado un mes para acabarlo, es mi obra cumbre!
- Tío, no puedes hacer que todo acabe en "azo"… ¡Es patético!... Por cierto, ¿Cómo lo has titulado?
- "Poemazo"
- ¡Me lo temía!... No sé, tío… ¿No tienes otros poemas?
- Si, bueno, por supuesto que tengo más, pero este era el mejor.
Ante aquella terrible revelación, Tom suspiró profundamente. Veía a su amigo rebuscar como un loco entre las páginas del cuadernillo y se temía lo peor: ¡Pretendía leerle más poemas!... Había que actuar rápidamente.
- Intenta decirle que la quieres en prosa.
- ¿En dónde?
    Era evidente que, a pesar de la vocación, los conocimientos de lengua de Moratalla no pasaban de saber dar lametones al fondo de los envases de natillas de chocolate. - ¡Mira, aquí tengo otro!... ¡Al loro!:
    Mike, lanzado a tumba abierta en su arrebato lírico, se subió a un banco, tiró la mochila al suelo y empezó entonces a declamar a voz en grito ante la divertida mirada de los viandantes. Tom, abochornado, intentaba disimular y hacía gestos a la gente, pretendiendo hacerles entender que no conocía de nada a aquel perturbado.

Solo en ella sé pensar
¡Cómo me mola mi Yola!
Dulce ola, Yola, que surge del mar
Para tocarme la… la fibra sensible.

- Es que he cambiado el final – dijo el Panocha bajándose del banco – aunque no rime, así queda menos basto que lo que escribí al principio.
- Ya me imagino – Tom fingía no escuchar las risas de un grupo de colegialas que pasaban a su lado – si quieres que sea sincero, no creo que esto de los poemas funcione. ¿Por qué no ahorras las pagas semanales de tus padres y le regalas un anillo o unos pendientes?
- ¡Tú alucinas, chaval!... Con lo que mis padres me dan de paga tendría que ahorrar durante años. ¿Crees, que somos los "Roschail"?... Estoy  seguro que si los ladrones entraran en casa, no solo no robarían nada, sino que dejarían cien euros encima de la cómoda como muestra de solidaridad - se quedó un instante pensativo – Además, si me dedico a regalar chorradas de esas, no podría comprar los juegos nuevos que vayan saliendo, incluído el "Alien Masakre III"... y no hay chica en el mundo que merezca ese sacrificio… - se quedó otro instante pensativo – Mira, a ver que te parece esta otra versión…
- ¡Oh, no!

A Yola yo la tengo en un altar
Mi amor por ti es como una ola, ¡Oh Yola!,
Que surge del ancho mar
Cual fiero chorro de Coca-Cola.

- ¡Déjalo ya!
- ¿No te gusta?
- ¡Que lo dejes!

    Dos manzanas y cuatro estrofas más tarde, los dos amigos llegaron a la puerta del colegio.  Antes de entrar, se cruzaron con su compañera de clase en "Segundo B", Yolanda Osorio, la famosa Yola, el amor secreto de Mike. La hermosa muchacha se dignó a mirarles por encima del hombro, entre otras cosas porque era más alta que ellos y además, se lo tenía muy creído y era una niña pija un tanto chulita. Iba acompañada por su habitual corte de aduladoras: Lori, Uke y Emi, unas jovencitas insufribles que no paraban de cuchichear entre ellas y emitir risitas estridentes.
- ¡Menos mal! - pensó Tom, aliviado - ahora Mike se estará calladito un buen rato.
Efectivamente: incapaz de articular palabra ante la visión de su amada, el Panocha se había puesto más rojo que un tomate, y una bobalicona sonrisa cruzaba su cara. Tom se aguantó la risa y agarrándole del brazo, dirigió a su aturdido compañero a clase de Ciencias Naturales, donde deberían enfrentarse a peligros mucho menos virtuales que los que ofrecía el Alien Masakre y la terrible reina arakner. Sin pensárselo dos veces, con el arrojo inconsciente que sólo se tiene a los trece años, Tomás Valenzuela y Miguel Moratalla penetraron en el cubil del profesor "Machuca".


Continuará...

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