Cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos de poesía hispana, debería ser capaz de continuar el siguiente verso de José de Espronceda:
Con cien cañones por banda…
O este otro del gran maestro del Siglo de Oro, don Francisco de Quevedo:
Miré los muros de la patria mía…
Entre estos famosísimos poemas, cuya popularidad ha sido transmitida por infinitos libros de texto de "Lengua y Literatura" de Bachillerato, figura también el que Jorge Manrique dedicó a la muerte de su padre, en el siglo XV, y cuyo genial principio reproduzco aquí:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando.
Cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor.
Cómo a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor.
Sin querer equipararme a tal maestro de las letras castellanas, humildemente he escrito unos mini-cuentos en memoria de mi padre, que iré reproduciendo en estas digitales páginas a medida que los vaya ultimando. Si alguien tiene a bien leerlos, y si, de paso, son de su agrado, desde aquí mi agradecimiento sincero.
I
El Padre, el hijo y el colegiado número 555 666_Z
El hijo se lo pensó unos segundos mientras miraba la carta.
- ¿Y qué tal un revuelto de coma inducido o unos cuidados paliativos a la plancha?
- No se lo recomiendo al señor - dijo el colegiado médico número 555 666_Z - yo, si me lo permite, le sugeriría un alta facultativa para su señor padre. Las tenemos frescas, frescas.
- ¡No sé yo! - dudó el hijo - casi preferiría el tabulé de eutanasia piadosa caramelizada al hinojo.
- Es que ya hemos cerrado la cocina - el colegiado médico número 555 666_Z abandonó el tono amable de un principio para pasar a uno un tanto más cortante y miraba nervioso la pantalla de su flamante teléfono de última generación, recordando su inminente cita romántica con la enfermera Mamen Moya.
- Bueno, ¿Y qué tenéis, aunque sea así en frío, para picar?
- Bocadillo de jamón, queso o chorizo.
- ¡Vá, pues ponme un bocata jamón y una Coca-Cola!
- Pepsi va a tener que ser.
- No, no, Pepsi no. Entonces una caña.
- Botellín.
- ¿Mahou?
- San Miguel.
El hijo se puso triste. Toda una vida de religiosos pagos de cuotas a la Seguridad Social para luego esto.
- ¡Déjelo! - exclamó resignado - póngame el alta facultativa y diga que le debo.
El hijo metió a su padre en la mochila junto a la onerosa factura del colegiado facultativo y salió del centro hospitalario, renegando para sus adentro de la maldita y paulatina privatización de la Sanidad pública.
© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2014
II
El Cielo de Madrid
El Cielo de Madrid
La noche en que murió mi padre se lanzaron miles de cohetes al cielo de Madrid. No fueron en su honor, que eran colofón a las fiestas populares de algún barrio, pero la verdad es que quedó bonito y oportuno.
© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2014
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