Estuve una semana ingresado en un hospital. Una experiencia agotadora y enriquecedora, sin duda alguna. El Señor, nuestro pastor, para compensar los dolores y molestias inherentes a la mierda cuerpo que me ha otorgado en suerte, tuvo a bien rodearme durante la convalecencia de maravillosas chicas: doctoras en medicina unas, licenciadas otras, enfermeras, celadoras, auxiliares de clínica… Y por último, la mejor de todas, una rubia preciosa que estuvo en todo momento a mi lado, cuidándome a pesar de que ni siquiera trabajaba allí. Si pudiera, me volvería a casar con ella. Todas estas chicas me atendieron como si fuera el Rajá de Kapurtala, y desde estas líneas quiero dejar constancia de mi eterno agradecimiento por el trato recibido.
Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas. En la Sanidad Pública tienden a embutir a varios pacientes en la misma habitación, y a veces, vienen acompañados de familiares (muchos) y visitas. Durante mi estancia en el centro hospitalario tuve tres compañeros de cuarto, a los que he dado en llamar:
Los 3 pacientes de la 22 ventana.
El paciente 22 ventana 1
El Historiador transtornado
El tío estaba realmente mal de la mollera. Llevaba todo el día intentando convencerme de que la reina Isabel I de Castilla, apodada “La Católica”, y a la sazón comandante en jefe de las huestes cristianas que reconquistaron Al-Andalus, se había entrevistado durante 3 días con sus correspondientes noches con el rey Boabdil de Granada en una tienda de campaña, y que había yacido en lecho de coyunda con el egregio islamita.
Yo intentaba argumentar que si habían apodado así a la brava castellana no sería por nada y le recordé que la dama había jurado no cambiarse de bragas hasta pisar La Alhambra, y que era, por ende, muy poco probable por no decir imposible, no solo que pudieran entenderse sin intérpretes, sino que hubiera existido la más mínima posibilidad de amancebamiento amartelado.
También quise resaltar que existía entre ambos dignatarios una insoslayable diferencia de edad, credo, hábitos de higiene, cultural… amén de un enconado odio entre ambas civilizaciones y religiones.
Cuando el majara, para refutar su teoría, expuso airadamente que no entendía por qué atacaban tanto al “honorabla president de la Generalitat de Catalunya” Artur Mas, siendo este persona leída además de políglota (7 idiomas, aclaró) entonces me di cuenta de que sus neuronas chapoteaban irremisiblemente en un profundo y escuro piélago de demencia senil. Así pues lo dejé por imposible y pasé de prestarle atención a pesar de que seguía parloteando, ahora incoherencias sobre las bondades del régimen de Fidel Castro.
¡Si es que es cruzar la puerta del Hospital Universitario y pasas de ser un ente con nombre y apellidos a ser “el paciente 22 puerta” a secas! Así de cruel es el ser humano. Y así de descorazonador ver la palabra “universitario” tras la de “hospital”.
Me he despedido de mi compañero de habitación, el historiador trastornado, al que habían dado el alta, con alegría mal contenida… ¡Esto hay que celebrarlo! Creo que llamaré a la enfermera mollar y glamurosa que pincha como los ángeles.
Rafael Martínez Sainero, Pirata 2015
De “Diario de un moribundo furibundo” (1915)
El paciente 22 ventana 2
“3 Nombres de Mujer”
Era muy mayor, y como casi todos los muy mayores que tienen problemas cardiovasculares, consumía matarratas industrial sintrón ni son, por lo que su cerebro, al igual que su fluido sanguíneo, estaba licuado por el Alzheimer galopante. Sin embargo, a pesar de tener muy deteriorada la función cognitiva, recordaba perfectamente los nombres de las 3 mujeres que seguían cuidándole y mimándole en la enfermedad. Así, me pasé toda una noche en vela oyendo la siguiente cantinela:
- ¡Pilar!... ¡Pilar!... ¡Pilar!... ¡Pilar!
- Su esposa, la señora Pilar, no se encuentra – dijo la mujer dominicana que se había quedado a vigilarle por la noche – marchó a casa a descansal. Esta noche le cuido yo, mi niño.
El hombre se quedó un rato callado mientras la mulata le acariciaba la mano. Esperó a que la señora regresara a su asiento y se adormilara para comenzar de nuevo el mantra:
- ¡Pilar!... ¡Pilar!... ¡Pilar!... ¡Pilar!
Ella se levantó, le repitió la perorata a “su niño!”, y así hasta el infinito y más allá.
Cuando ya me estaba acostumbrando a la rutina, aproximadamente a las tres de la madrugada, el abuelo cambió de golpe y porrazo la cantinela:
- ¡Ana!... ¡Ana!... ¡Ana!... ¡Ana!
- Su hija, la señorita Ana, no se encuentra – dijo solícita la paciente dominicana – marchó a casa a descansal. Esta noche le voy a cuidar yo, mi niño.
El hombre calló mientras le acariciaban la mano y el pelo. Se debió de quedar dormido, porque durante un buen rato no se le oyó. Cuando por fin la paciente dominicana y yo logramos conciliar el sueño, el paciente 22 ventana rompió el silencio:
- ¡Marisleysis! ¡Marisleysis! ¡Marisleysis!
Rafael Martínez Sainero, Pirata 2015
De “Diario de un moribundo furibundo” (1915)
El paciente 22 ventana 3
El Señor de las bestias (y de los Agapornis)
Entró en la veintidós a las cinco, hecho un ocho.
- ¡Te traemos un compañero! – me dijo la celadora en un tono alegre que me hacía pensar que ella pensaba que yo deseaba tener compañía.
- ¡Uy, qué bien! – Contesté hipócritamente – déjalo por ahí, en esa cama mismo.
El 22 ventana 3 había venido en ambulancia desde las ignotas tierras del Señorío de Molina de Aragón, y sin duda alguna había estado fumando durante todo el trayecto, porque cada vez que tosía, una bocanada de apestoso olor a tabacazo negro (Coronas) llenaba la estancia.
El 22 ventana 3, que respondía al nombre de Manolo (y a poco más) nos explicó, sin vocalizar apenas, a una velocidad de 666 palabras por minuto y con un cerrado acento mitad maño mitad arriacense, que tenía una granja llena de animales, que se dedicaba a la cría de agapornis, unos curiosos pajarracos psitaciformes especialmente dóciles. También nos contó que había sufrido una especie de cólico nefrítico, o una pancreatitis… o algo similar que él describió perfectamente como “jamacuco”. Resulta que el angelito, tras trincarse doce cañas y cuatro cubatas bien cargaos, regresó a su casa donde continuó el festín con medio litro de tintorro, tres cuartos de kilo de carne picada repartidos en dos hamburguesas monstruosas aderezadas con panceta y cebolla frita, pan, café y un farias.
El aguerrido molinés fue visitado por varios doctores. A todos les contó la misma pantagruélica historia y todos pasaron de él, dejándo prescrita una estricta dieta líquida. A cada día que pasaba, y a cada galeno o galena nuevo o nueva que le visitaba, el hambre del 22 ventana aumentaba exponencialmente. Dado su historial gastronómico no había que ser un lince para darse cuenta de que debía de estar pasando un infierno en vida. Así, en un momento dado, cuando el enésimo médico fue a buscarle, no le encontró en su cama.
- Está en la salita de visitas - dije - donde las máquinas.
Y efectivamente, allí estaba, con la boca llena de sándwiches de pavo, una fanta de mirinda en una mano y un café cargado en la otra. Le contó al matasanos, o al menos lo intentó, la misma historia de siempre… Volvió a la habitación, se puso los vaqueros y se largó del hospital, invitándonos amablemente a visitar su granja cuando quisiéramos. Con suerte, llegaría a tiempo al último día de fiestas patronales.
Rafael Martínez Sainero, Pirata 2015
De “Diario de un moribundo furibundo” (1915)
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