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miércoles, 17 de julio de 2013

193.- PEQUEÑOS MONSTRUOS: Capítulo 7 "Estrella del Basket"

Copyright 2013 Rafael Martínez Sainero, Pirata 



    Shaquille O´Neill, el gigantesco pivot de Los Ángeles Lakers, alza del suelo sus ciento y pico kilos con la potencia de un bulldozer. Se dispone a destrozar el aro contrario con un “mate” descomunal... Pero ¡Oh, Cielos! ¿Qué ha ocurrido? ¿Con quién se ha encontrado en el aire? ¿Qué pasa “Shack”, no te esperabas esto?... ¡Señoras y señores, el escolta del equipo del Colegio “Nuestra Señora del Dolor Perpetuo”, un escuchimizado muchacho de trece años llamado Tomás Valenzuela, acaba de colocarle un “gorrazo” a O´Neill, de tal calibre, que todavía están las asistencias del pabellón despegándole del parquet!... ¡Uh, uuuh!... ruge el público... ¡Qué partidazo está haciendo Valenzuela! En lo que llevamos de encuentro ya le ha robado veinte balones a Kobe Bryant... Hay que rebuscar mucho en los anales de la NBA, quizá a los tiempos del gran Michael Jordan para encontrarnos con unas estadísticas similares... El delirio entre el público! ¡Uh, uuuh!... ¡Eh, Moraleda, pasa el balón, pasa la bola... Tío, que estoy solo... Estoy solo... Mira, mira, la enchufo desde aquí, fijo!
    Moraleda, el base titular del equipo del colegio, dejó de botar el balón, detuvo el partidillo y se dirigió muy serio a Tom:
- Oye, tío... ¡Ya está bien!... ¿Quieres dejar ya de decir tonterías?... ¡Tenemos la cabeza como un bombo!...


    Mike entraba en esos momentos en el vacío pabellón polideportivo del colegio. El entrenamiento del equipo de baloncesto estaba a punto de acabar; la paciencia del entrenador, José Chufos Canastos, también. El pobre hombre se desgañitaba a pie de cancha:
- ¡¡Pero no te pares, Moraleda... No te me pares ahora a hablar con Valenzuela en la mitad del contraataque!!... ¡Ese bloqueo!...
    Mike llegó al banquillo local y saludó al entrenador:
- ¿Qué pasa, Míster?
- ¡Hola! ¿Qué tal te va, Moratalla?
- ¡Bien, bien!... ¡A “ful”! - Mike se sentó en el banco y se dispuso a ver lo que quedaba de “pachanguita”.
- ¿Qué, Mister?... ¿Qué le parece Valenzuela?
- Es un jugador muy prometedor.
- ¡Ah!... ¿Es bueno?
- ¡Para nada! ¡Es lo peor! Lo que pasa es que lleva dos años prometiéndome que jugará mejor.
- ¡Oh!
- Entre tú  y yo, muchacho... Este equipo es auténtico desastre - Chufos dio un profundo suspiro de resignación - Tendremos suerte si perdemos por menos de veinte puntos el próximo sábado en el partido contra los Escolapios Descalzos.
- ¡Qué ratas... Lo mínimo que podían hacer los curas era comprarles unas zapatillas a esos pobres escolapios! - se indignó el pelirrojo.
    Chufos Canastos le miró con inquietud y se retiró disimuladamente a ensayar una jugada de estrategia con sus pupilos.
    Mike aun no había asimilado lo que le sucedió después del examen de música; recordaba vagamente haberse mareado, y luego aquella avalancha de conocimientos... Todavía no asociaba el curioso fenómeno con los misteriosos minerales que guardaba en su mochila. De momento prefería no pensar demasiado en ello y se dedicó a observar a su amigo mientras deambulaba por la pista como un alma en pena, corriendo detrás del que tuviera la pelota  y pidiendo el balón vehementemente, con los brazos extendidos.
- ¡Pásamela, niño, pásamela - decía, entusiasmado - que ahora pillo la racha de tiro!
    Pero nadie le daba bola, y con razón.
- ¡No, tú ya no tiras más - le decían a coro sus compañeros de equipo - has fallado los treinta tiros que has intentado!
    Pero él, ajeno a las estadísticas, seguía erre que erre:
- ¡Mira, de tres, niño! ¡Triple fácil! ¡Pasa, pasa, que la meto!
    Seamos sinceros aunque nos duela: Tom no metía ni miedo. Aunque le encantaba el baloncesto y le ponía mucho interés, era más malo que la carne de pescuezo. El chaval no era demasiado alto; tenía una talla de lo más normal para su edad, pero para jugar al basket con unas mínimas garantías le faltaba todavía tomar bastante “Zumosol”. Y sobre todo, lo que le faltaba, y a espuertas, era puntería.
    Lo que más rabia le daba al “Mister” era que Tom, aunque hubiera tirado el balón por encima del tablero, sacándolo del campo y dando en la cabeza a algún espectador, siempre exclamara “¡Uuuy!” como si el aro hubiera escupido el tiro por un milímetro. Visto como celebraba los fallos y las pedradas que se marcaba, todos en el colegio estaban esperando el día en el chico lograra encestar en un partido oficial.
    El “Mister” utilizó su silbato para indicar a sus pupilos que la sesión de entrenamiento había terminado y se marchó cabizbajo. Tom llegó sudoroso a la banda y se reunió con Mike. Éste introdujo en el bolsillo del pantalón de Tom las tres piedras verdes.
- ¡Toma, llévalas en tu bolsa de deportes que a mí en la mochila me van a romper la Gamebox! - se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la salida del pabellón - Me voy a merendar... Nos vemos luego en tu casa, chavalín!
- ¡Adiós, Panocha!

    Tom se quedó un rato sentado, secándose el sudor con una toalla. Sus compañeros de equipo se habían retirado al vestuario para ducharse. Esparcidos por el parquet, alrededor del banquillo, se encontraban los balones de entrenamiento, que luego recogería Salustiano, el viejo utillero y encargado del material deportivo. Valenzuela pensaba en lo mucho que se divertía jugando. Era consciente de sus limitaciones y no aspiraba más que a pasar un buen rato haciendo deporte. Sin embargo... ¡Cómo hubiera deseado ser el mejor jugador del mundo aunque solo fuera por un día!
    Salustiano, situado bajo la canasta con una enorme red abierta en sus manos, gritaba a Tomás que le lanzara los balones, que tenía que guardarlos en el almacén. Tom asintió con un gesto y cogió un balón. Miró al aro y, sin pensárselo dos veces lanzó a canasta. La bola describió un arco perfecto en el aire y entró limpia, sin tocar el hierro. El sonido de la fricción del cuero con la soga de la red era como música celestial. Mientras el utillero introducía en la red el balón, Tom fue lanzando una a una el resto de las pelotas. ¡Canasta, canasta, canasta, canasta... Estaba en racha! ¡Qué pena que solo estuviera Salustiano de testigo! ¡También era mala suerte que desde hace unos meses el pobre hombre sufriera de cataratas! El veterano empleado solo veía la figura borrosa de Tom que le arrojaba los balones desde la línea de banda. Se preguntó qué sería la extraña luz verde que iluminaba el bolsillo del pantalón del muchacho, pero no le dio mayor importancia.
- ¡Vaya, qué suerte! ¿Por qué no tiraré así en los partidos? - se dijo a sí mismo Tomás mientras tomaba el camino de las duchas. 
    Los focos se apagaron y dejaron el pabellón a oscuras. En el exterior del recinto deportivo la tormenta arreciaba. Las gotas de fría lluvia golpeaban con fuerza la cubierta de la instalación y la luz de un relámpago a través de los ventanales iluminó durante unos segundos la solitaria cancha. Si se hubiera girado en ese mismo instante, antes de desaparecer por la puerta de los vestuarios, Tomás Valenzuela hubiera podido ver como la insistente y misteriosa sombra de todos los puñeteros capítulos surgía de las oscuras gradas y se deslizaba sigilosa hasta el círculo central de la pista.

Continuará



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