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viernes, 19 de julio de 2013

194.- PEQUEÑOS MONSTRUOS: Capítulo 8 "La Piedra de los Deseos"




El padre de Tomás, don Pedro Valenzuela, era un poco aburrido, y porqué no decirlo, un pelmazo de marca mayor. Básicamente, el buen hombre tan solo hablaba de dos temas: política y economía. Solía conversar con el televisor de modo natural, como si el aparato fuera capaz escucharle; discutía con los locutores, rebatía a los catódicos tertulianos, y se empeñaba en explicar sus peregrinas teorías a quien quisiera oírle, o sea: al perro y al abuelo, que la mayor parte del tiempo solían estar durmiendo, y si no, lo estaban al acabar la disertación.
  Aquella tarde de primavera no era distinta a las demás. El abuelo estaba a punto de entrar en un profundo letargo, como los lagartos en invierno, mientras se enfrentaba boli en mano a una enorme sopa de letras. Don Pedro, a su lado, le mostraba la página de cotizaciones en bolsa del periódico mientras advertía de las imprevisibles consecuencias de la subida de la prima de riesgo.
    Tom, Mike y Marta pasaron por el salón y saludaron. Don Pedro alzó la mano, sin levantar la vista del periódico.
- ¡Ah, hola, chicos!... ¿Qué tal os va en el colegio?...
    Los tres cubrieron el expediente con unos escuetos "¡Bien, bien, gracias!" y subieron corriendo las escaleras que llevaban a la habitación de Tom.
    Nuestros conocidos jovenzuelos se habían citado esa tarde para preparar la famosa colección de minerales de la clase de Ciencias. Entre todas las piedras y rocas depositadas encima de la mesa, destacaban los cuatro fragmentos de piedra verde.
- Este mineral extraño va a ser la sensación en clase - dijo Tom, sacando de debajo de su cama una bonita caja de madera de caoba con la tapa de cristal - Nuestra colección será la mejor de todas.
- Sí... Ésta vez el viejo Machuca no va a tener más remedio que aprobarnos... ¡Je, je!... ¡Le dará una úlcera de estómago! - Mike escribía en unas tiras de papel el nombre de las muestras - Pirita... Cuarzo... Oye, y a éste... ¿Qué nombre le ponemos? ¿Linternio? ¿Brillantón? ¿O, simplemente "Sin Clasificar"?
- Todo esto es muy raro, chicos... - Marta tocó el mineral con su dedo, arrancándole un intenso destello esmeralda - No me fío nada... Deberíamos llevarlo a alguna universidad o a un laboratorio para que lo investiguen bien.
- No me parece buena idea - dijo Mike - Esos listillos de científicos se quedarían con el mérito del descubrimiento - se paró a pensar unos instantes - ¿Y qué tal si lo llevamos a un periódico o a la revista "Science" o al "National Geografic"? ¡Lo mismo nos dan algo de pasta!
- Si, claro, mucha pasta... ¡Macarrones y raviolis te van a dar!
- ¡Qué sí, Marta!... Es una piedra que brilla cuando la tocas; eso no se ve todos los días.
- Sigo pensando que es radioactivo... - Marta se limpiaba las manos en la manga de la camiseta de Mike - Ya me lo dirás cuando se te caigan las orejas a trozos... ¡Cuando te conviertas en un mutante viscosón de color verde no vengas a pedirme ayuda!
  Mientras Mike y Marta hablaban, Tom jugaba con la piedra entre sus manos, sin prestar atención a lo que decían. La pequeña luz verde seguía brillando en el interior del pedrusco mientras miraba ensimismado a Marta. Cada vez que ella movía la cabeza, su larga y lisa cabellera rubia daba la impresión de moverse a cámara lenta; la luz de la lámpara reflejaba en sus cabellos unos destellos dorados que le tenían fascinado. Pensó entonces en que nunca había estado tan cerca de ella. ¿Por qué le ponía tan nervioso estar a su lado?... Comenzó a pensar tonterías:
- Si no estuviese Mike con nosotros ahora, le diría a Marta que... le diría... ¡Yo qué sé! Le diría que su pelo desborda brillo y salud de la raíz a las puntas... ¡No, no!... Esto parece un anuncio de champú barato... ¡Oh, cómo desearía que...
    Fue entonces cuando ocurrió lo que nunca pudo pensar que ocurriría: Marta fijó su mirada en él, luego entrecerró sus párpados, se le acercó y le dio un beso en los labios.
- ¡Ejém!... Ya veo que estoy de más - dijo Mike, un tanto ofendido y al que Marta había dejado con la palabra en la boca - será mejor que me vaya...
- ¡¡No, espera!! - exclamó Marta, asustada - ¿Por qué te he besado, Tom?
- ¡Ah, no sé... Tú sabrás!... - exclamó Tom, quien sentía una extraña mezcla entre felicidad y vergüenza - Yo no... yo no...
- ¡Tú si! - Marta tenía un presentimiento - ¿Sabes?... ¡¡Es... es increíble!! Yo... ¡No he podido evitar hacerlo!
- No tienes porqué excusarte, oye, si te apetecía... - El fanfarrón de Tomás sacaba pecho - uno, que es guapete.
- ¡No digas tonterías! Quiero decir que era algo ajeno a mí, como una extraña fuerza que me ha empujado a besarte.
- ¡Menudo empujón! - dijo con guasa Mike - ¡Vaya morro que tienen algunas!... ¿Extraña fuerza? ¡El lado oscuro de las babas, diría yo!
- En serio, chicos... He notado que esa energía provenía... provenía... provenía...
- ¿De dónde? - exclamaron prácticamente a la vez los chicos, ambos en ascuas.
- ¡De Tom! - la muchacha señaló entonces con horror la piedra en la mano de su amigo; brillaba con mucha más intensidad que antes y un halo de color verde la rodeaba.
    Los tres estaban un poco asustados. La posibilidad de que aquel raro mineral fuera mágico o tuviera poderes les sonaba a cuento chino... Pero aquel brillo... Nunca habían visto algo parecido. 
- ¡No me digas!... ¿De verdad creéis que este simple pedrusco puede cumplir deseos? - Mike decía esto mientras le arrebataba el raro mineral a su rubio amigo.
- ¡Prueba tú, Mike! - propuso Marta - ¡Venga, desea algo!
    Una malévola sonrisa se dibujó en la pecosa cara del Panocha. Rubiales se temía lo peor.
- ¡Ah no... Otra vez no! - murmuró Marta, adivinando las aviesas intenciones de su compañero.
    La roca verde intensificó su brillo. Tal y como había sucedido antes con Tom, Marta se acercó a Mike y le dio un beso, esta vez sensiblemente más largo.
  Tom aun dudaba:
- ¡Te estás quedando con nosotros! ¿Verdad, tía?
- Os juro que es la piedra... ¡Es la piedra!
- ¡Guau! - balbuceó Mike, quien, tras el beso, parecía querer batir el record "Guinness" en poner cara de bobo durante más tiempo. Tom, pelín celosón, intentó arrebatarle el "pedrolo", pero Mike no le dejaba y empezaron a forcejear.
- ¡¡Dámela!!... ¡¡Dámela!!... ¡La piedra de los besos es mía!
- ¡Suelta, payaso!
- ¡Mía, mía!
    Marta era la única que parecía darse cuenta de la trascendencia del descubrimiento. Veía pelearse a los dos gañanes y pensó seriamente que les habían trepanado el cráneo para sustituir su cerebro por una loncha de tocino rancio.
- ¡¡Quietos!!
    Los chicos pararon en seco su disputa al oir el grito.
- ¿Es que no podéis pensar en otra cosa? ¡¡Idiotas!! - a Marta solo le faltaba que le saliera humo por las orejas.
    Silencio tenso.
    De pronto, comenzaron a reír con ganas al verla tan enfadada.
- ¡Parecéis tontos! - la chica se acercó lentamente a la mesa y cogió otro de los fragmentos de mineral - ahora comprobaremos dos cosas: primero, si todos los trozos tienen el mismo poder; y segundo, si esto es lo que parece o solo me afecta a mi!
    Moratalla y Valenzuela dejaron la risoterapia ipso-facto y observaron con pánico mal disimulado como Marta les apuntaba amenazadoramente con la piedra, que ahora iluminaba la habitación con tal fuerza, que las paredes, el techo, los muebles, y ellos mismos, parecían teñidos de un vivo verde esmeralda.

  En el piso de abajo, el padre y el abuelo de Tom veían tan tranquilos un "interesantísimo" documental sobre la fauna antártica que les tenía pegados al sofá, al borde mismo de la cabezada vespertina. De súbito, pasaron por delante de la tele dos sujetos en calzoncillos, cantando una absurda canción.
- ¡Ejem! ¿No eran esos dos nuestro Tomás y su amigüito el Panocha? - masculló entre dientes, medio dormido, don Pedro.
- ¡Pero qué pingüinos más raros, leñe! - refunfuñaba el abuelo
por lo "bajinis" mientras creía seguir viendo la programación de la tarde.
  Desde lo alto de la escalera se oían unas risitas ahogadas mientras los desinhibidos adolescentes seguían su particular e involuntario espectáculo. Era patético: con los pantalones bajados hasta los tobillos, dando ridículos pasitos para no caerse, los codos pegados a los costados, y manoteando tontamente, los dos panolis entonaban el ancestral hit musical de Enrique y Ana "Ko-ko-gua-gua".
   En esto que doña Paloma, la mamá de Tom, entró en el salón con una bandeja en las manos.
- Les he preparado a los chicos unos sandwi...
¡¡¡Aaahh!!  
    La bandeja de la merienda cayó con estrépito sobre la alfombra persa, que a sus bellísimos arabescos de Ispahan unía ahora unos pringosos pegotes de Paté de Fuá-grás. Los chicos, mientras tanto, desaparecieron escaleras arriba, dando saltos, ante la atónita mirada de la pobre señora, quien se tapaba la boca con ambas manos, como si temiera decir alguna barbaridad, y solo acertaba a recitar de corrido nombres de personajes bíblicos como quién da la alineación de un equipo de fútbol.
- ¡AySeñorSeñorJesúsMaríaJosé!
- A lo mejor, querida, en lugar de sandwiches prefieren unos tranquilizantes - dijo, manteniendo la calma el señor Valenzuela.
- ¡Qué vergüenza de "juventú"! - apostilló el abuelo, que ya se había dado cuenta de que quienes desfilaban medio en pelotas delante de él no eran palmípedos árticos.
- ¡Si es que están "to" el santo día "endrogaos"!

  Estamos de nuevo en la habitación de Tom. Marta, "supermondada" de la risa, se revolcaba en la cama, prácticamente tronchada.
- ¡Ja, ja, ja... Ay... Ay, que me "supermondo"!
- ¡No ha tenido ni pizca de gracia, tía! - exclamó furioso Mike mientras se subía la cremallera de los vaqueros y se ajustaba el cinturón - ¡Pero ni un pelo!... ¿Qué van a pensar ahora estos señores de mí?... ¡Qué bochorno! ¡Qué vergüenza!  
    Tomás daba vueltas al cuarto como un leopardo enjaulado y hablaba solo:
- ¡Vaya idea... Hacernos desfilar en pelota picada delante de mi familia!... Ahora tendremos a mi madre cada dos minutos abriendo la puerta y preguntando...
- Chicos, ¿Estáis bien? - dijo la Madre de Tom, asomando su cabeza por la rendija de la puerta - Si necesitáis algo, llamad ¿eh?...
- Si, mamá, si. Estamos bien... Anda vete y cierra la puerta, que no pasa nada...
- ¡Ay, hijo!... Es que me tenéis un poco preocupadilla.
    Doña Paloma cerró la puerta y se echó las manos a la cara, sollozando cual plañidera suní. Nunca hubiera sospechado que la salud mental de su retoño y la de sus amigos del colegio fuera tan precaria. Era necesario buscar en las páginas amarillas algún psicólogo de urgencias. 

- Bueno chicos, es el momento de saber qué es esto - Marta se colocó el mineral en la frente - la explicación de este enigma está en la propia piedra.
    Un brillante fulgor esmeralda se desprendió de la roca y pareció penetrar en la cabeza de la bella muchacha. 
- ¿Y bien? - preguntó Mike - ¿Qué es?
- ¡Esto es increíble! - la chica estaba entusiasmada - es un intensificador, amplificador, magnificador... llámalo como quieras, de ondas alfa cerebrales. Un potenciador a lo bestia de la actividad cerebral.
- ¿Mande? - Mike comenzaba a perderse.
- Es evidente: el mineral irradia emisiones de una poderosa energía que actúa directamente sobre los neurotransmisores.
- ¿Neurotransmi... qué? - Mike se había perdido.
- Neurotransmisores: agentes químicos segregados por las neuronas de nuestro cerebro que estimulan a otras células nerviosas cercanas. Hasta ahora, el ser humano solo es capaz de activar un 3% de estos neurotransmisores, pero, de algún modo, las radiaciones de esta gema son capaces de estimular el 100%.
    El Panocha se aburría soberanamente con la conferencia:
- Muy estimulante, pero no entiendo ni jota.
- Oh, es muy fácil - Tom se volvió hacia Mike - la "J" es una letra, un símbolo de escritura que...
- ¿Ah, si, listillo? Pues yo creía que era un baile regional... ¡Anda, Marta, pásame el pedrolo a ver si yo también me transformo en un lumbreras!
    Marta le lanzó a Mike la roca y éste la atrapó en el aire. Tan solo unos segundos de concentración bastaron.
- ¡Guau, es cierto! Noto como si mi coco se expandiera. Ahora lo entiendo todo: Hay compuestos del nitrógeno que actúan como precursores de la epinefrina y la norepinefrina ¡Neurotransmisores a mogollón! Y todo en esta extraña mutación de óxido alumínico con titanio, dureza de 7 en la escala de Mohs, indice de refracción de 1,777 y capacidad de descomposición lumínica o dispersión de 0,0255.
    Tom no podía creer que estuviera oyendo a su amigo hablar como un catedrático.
- ¿Y cómo puede este cenutrio que no ha estudiado en su vida saber todo eso?  
- Simplemente deseando saberlo - contestó Marta.
- ¡Si! - Mike, al igual que Marta anteriormente, estaba eufórico - Es exactamente lo mismo que me ocurrió después del examen de música. No sé de dónde, pero los datos vienen solos... 
- ¿Y qué me decís de ese extraño poder que permite controlar las mentes? 
- Yo te contestaré a eso, Tom - intervino Mike con la piedra aun en su mano - se trata del poder de proyectar nuestros deseos sobre las mentes sin evolucionar o desarrollar; la influencia total de una mente poderosa sobre las débiles. 
- Mi madre tiene ese poder - dijo Tom - y cuando le falla, se lía a bofetones.
- En realidad somos tan inteligentes que no podemos entendernos a nosotros mismos - Moratalla continúaba con su erudita disertación - El neurofisiólogo William H. Calvin estaba en lo cierto al afirmar que la inteligencia es un proceso idéntico a la evolución biológica, pero instantáneo... ¡Las posibilidades de la mente son extraordinarias!
    Marta pidió la piedra con un gesto. Mike se la lanzó y ella la recuperó al vuelo.
- Por cierto... - el pelirrojo recuperó de golpe su coeficiente intelectual habitual - ¿Quién rayos es William H. Calvin?


    Tom y Mike recogieron de la mesa un trozo de gema cada uno y se sentaron en la cama al lado de Marta. Ella no había dejado de hablar:
- ¿Lo veis ahora? Las mentes de los hombres son para nosotros como libros abiertos... Todos los conocimientos del Ser Humano están a nuestro alcance. Puedo leer en la mente de los mejores científicos. Solo con pensarlo puedo convertirme en la mayor eminencia en el mundo de la medicina...
    Tom, al mismo tiempo que escuchaba a Marta, "flipaba" en technicolor; sentía su mente expandirse en todas direcciones, abrirse de par en par cual capullo de alhelí y absorber todo tipo de conocimientos. ¡Ahí es nada! Él, que siempre había creído que las raíces cuadradas eran un experimento genético de los botánicos; que pensaba que los números primos eran aquellos susceptibles de ser engañados; que el verbo "despejar" solo servía para los balones "colgados" en el área chica u "olla", y no para resolver los "empates" en las malditas por siempre ecuaciones de segundo grado... Ahora resulta que va a ser un "supercerebrito" en toda regla. ¡Tenía en su mano un poder bestial! Su sueño se realizaría por fin: jugar en la mejor liga profesional de baloncesto del mundo: la NBA. ¡Era tan fácil! En un microsegundo podía analizar la curva de aceleración, la inercia, la potencia exácta con la que lanzar... el arco que tenía que darle al balón  el golpe justo de muñeca, la rotación del balón en el aire... ¡No fallaría jamás un tiro!
- ¿Os dais cuenta de lo que se puede conseguir con esto? - Marta sacó a Tom de su ensoñación.
- Si... ¡Un porcentaje de 100% en los tiros de tres!
 - No, tarado ¡Influir en todas las voluntades! La mente de cualquier ser humano es ahora un juguete en nuestras manos. Podríamos convertir a fanáticos, terroristas o violentos de cualquier tipo en pacifistas, acabaríamos con la avaricia, con el ansia de poder, con el hambre... Se acabarían las armas, los ejércitos, las patrias, las fronteras, las banderas... La humanidad viviría al fin en paz. 
- Si... ¡Je, je, je, je!... - Mike acababa de tener una brillante idea - Salvemos al mundo convirtiendo a todos los políticos corruptos en una panda de perro flautas pacifistas.
    Marta hizo otra reflexión:
- Ahora que hablas de corruptos y políticos... No había pensado en ello: El mineral es una poderosa herramienta para hacer el bien, pero del mismo modo, en malas manos, puede ser un arma terrible...
    Tom también veía el peligro potencial:
- Imagínaos... ¡Todos esclavizados por un tirano! Hay que evitar por todos los medios que esta gema caiga en las manos de algún desaprensivo. ¡Ya lo has oído, Mike, suelta la piedra!... ¡Ja, ja, ja, ja!...
- ¡Qué gracioso, el rubito... Anda y que te den pomada, chaval!
    Marta siguió en plan trascendente, imaginando como el descubrimiento podía cambiar la faz del mundo. Los chicos la oían con interés al principio, pero al rato de charla ONG, los bostezos se impusieron. En un momento dado, Mike la interrumpió y se puso a imitarla:
- ¡La paz mundial! ¡Aleluya, hermanos! ¡La humanidad entera asida por la cintura en una interminable fila... Una conga que dé la vuelta al mundo, todos cantando "La Barbacoa" de Georgie Dann!
- ¡Pero qué payaso se puede llegar a ser! - A Marta no le hizo gracia la "gracia" del Panocha.
    Tom, cambiando de tercio, se unió al cachondeo:
- Otro reto sería conseguir que Enrique Iglesias cantara bien, o que impartiera cursos de oratoria en la facultad de filología. ¡Ja, ja, ja!... ¡Ahí es "ná"!... - hizo un gesto despectivo con la mano - ¡Bah, no creo que la energía de ese pedrusco sea tan potente!
    En esos momentos, sin previo aviso, se abrió de golpe la puerta de la habitación y entró doña Paloma con un bote de pomada anti-acné en las manos y se lió a untar como una posesa la crema en la cara de su sorprendido hijo.
- ¡Ay, mamá!... ¡Quita!... ¿Pero qué haces?
- ¡Lo lamento hijo, pero de repente he sentido que necesitabas urgentemente que te dieran pomada!... ¡La verdad, no sé porqué hago esto; me siento ridícula, pero... ¡No puedo evitarlo!
   Un simple contacto con el mineral, y Marta logró que la atribulada doña Paloma dejara en paz a su hijo y abandonara la estancia con la mente en blanco. La pobre mujer no recordaría nada de lo sucedido. Fue mucho más complicado conseguir que se le pasara el ataque de risa a Mike y evitar que Tom agrediera a su mejor amigo con un pisapapeles de marmol.
- ¡Estaros quietos chicos! - Marta se puso seria - esto no es para tomárselo a broma, es muy importante que nadie, absolutamente nadie, además de nosotros, conozca la existencia de esta maravilla. Si alguna vez lo usamos y afecta a otras personas, les borraremos la memoria parcialmente como acabo de hacer con tu madre - la chica miró a ambos - ¿Está claro?
- Por mi parte, vale - dijo Tom.
- ¡Juro guardar el secreto! - Mike hizo un ridículo gesto con los dedos - ¿Qué tal si sellamos nuestro silencio con un pacto de sangre?
    Tom, anonadado, miró a su amigo. Ya se imaginaba al Panocha todo entusiasmado, con una cuchilla en sus manazas, a punto de darse un tajo en el dedo. Si le dejaba hacer, acabarían en un centro asistencial para que le dieran puntos de sutura.
- ¡Pero que chorradas se te ocurren a veces, chaval... - dijo -  No creo que a Marta le...
- ¡Pacto de sangre!... ¡Sí! ¡Bien! - los bonitos ojos de la cirujana aficionada brillaban con especial intensidad mientras miraban golosos el dedo gordo de Mike.
- Es evidente - pensó Tom - que ni siquiera el increíble poder de la piedra de los deseos es capaz de inculcar un ápice de sentido común en según qué molleras perjudicadas


Continuará

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