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Valencia 1936 - 1939 |
Mario Simonetti asegura que “Los escritores mienten para
contar mejor la verdad” y es una frase con la me identifico, ya que, por lo general, la realidad suele ser
un árido erial donde se supera la ficción, pero todo está desaliñado, crudo, me
atrevería a decir hasta soso. Por eso la ficción adorna, emplata, manipula. Es
como comparar cine español de autor con una superproducción de Hollywood.
Digo todo este rollo a santo de que, en su día, me lié a
escribir mis memorias. Las dejé a medias, claro. Como todo lo que hago. Pero de
resultas de ese inacabado proyecto, y a modo de “precuela” me puse a
documentarme sobre las vidas de mis
antepasados más cercanos, mis padres, mis abuelos y mis cuñaaaaaos. ¡Es
alucinante comprobar lo poco que sabemos de ellos! Ante esa exigua recolección
de datos fidedignos, procedí a rellenar con una mezcla de ficción novelada y
escenografía histórica de cuño propio. El resultado, claro está, nunca podrá
ser la pura y dura realidad… Pero se hace más llevadero de leer.
Para botón, una muestra, más concretamente un fragmento de
la novela biográfica “Una Rosa en Cinco Rosas”:
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Caricatura del General Miaja, por Freire / Famosa foto de la entrada a la plaza Mayor desde la calle de Toledo
y la no menos famosa pancarta que te impedía meterte por ahí para llegar a Casa Rúa y zamparte un bocata calamares. |
“¿Dónde está el Señor que nos ha conducido por esta tierra de desiertos y de abismos?”
Gurney Halleck
Una miaja de gloria.
Madrid, Noviembre de 1936
El jefe de la Primera División Orgánica, el veterano general Miaja, avanzaba a buen paso por el pasillo que llevaba al despacho del presidente del gobierno y, a la sazón, ministro de la guerra. Había una febril actividad a su alrededor, ujieres cargados con cajas de documentos correteaban de un lado a otro como hormiguitas. Contra las paredes se hallaban apiladas las cajas de la primera ayuda soviética a favor de la República: botellas y más botellas de vodka. Miaja se preguntaba qué entenderían los rusos por ayuda militar.
- Es asombroso la de vueltas que da vida - iba pensando Miaja mientras esquivaba subalternos - yo, un conservador convencido, miembro de la Unión Militar Española, voy a entrevistarme con Largo Caballero, el “Lenin Español”, en realidad un mierda de sindicalista con ínfulas, que ha conseguido el sueño de su vida a medias.
Caballero siempre había soñado con ser el líder revolucionario de un país revolucionado. Socialismo extremo y esas cosas... el poder del proletariado, justicia social y todos somos iguales... Y él, de jefazo, con bastante más poder que el proletariado. ¡Qué envidia debía sentir del suertudo de Stalin, pudiendo masacrar por millones a sus enemigos políticos!
Lo que Largo no había conseguido en el golpe del año 34, sangre asturiana mediante, lo había conseguido ahora de rebote, tras el derrumbe del anterior gobierno de un tal Giral. Pero no era lo mismo. Es muy molesto gobernar desde un palacio al que intentan bombardear día sí, día también. Ahora, paradojas de la vida, solo era el jefe de un gobierno precario, asediado y cuestionado. No solo ansiaban fusilarle los de la zona nacional, sino que hasta el más ínfimo adversario político, ya fuera anarcosindicalista, comunista o un vecino al que un día miró mal, deseaba quitarle de en medio. La señora de los lavabos también le ponía mala cara.
- Con su permiso... - saludó Miaja desde la puerta.
Caballero permanecía de pie, ora embutiendo con documentos oficiales arrugados una hermosa cartera de piel... ora metiendo en unas cajas dos desmesurados candelabros de plata...
- ¡Mi querido general! ¡Pase, pase! - Largo estaba inusualmente amable - ¡Siéntese, por favor!... Coja un purito... Ahí está la caja, debajo de ese mamotreto... Si quiere coñac, en la vitrina detrás de usted. Tendrá que beber “a morro”, disculpe las molestias, es que ya he embalado las copas.
- No, muchas gracias - rechazó amablemente la invitación el viejo militar - ¿A qué tanta prisa? ¿Se va usted de viaje?
El mandatario no contestó, dejó el portafolios en una esquina de la mesa y se sentó frente a Miaja. Hizo una breve pausa, arrellanado contra el respaldo del mullido sillón, antes de hablar:
- Ante todo, general, quiero trasmitirle en nombre de la República Española y del mío propio el enorme agradecimiento a su firme lealtad. Es realmente digno de encomio que a pesar de que la mayoría de sus subordinados estuvieran implicados en la sublevación fascista, usted se mantuviera fiel a la enseña tricolor...
- Seré franco con usted, señor ministro...
- “Señor presidente”, si no le importa... y preferiría que utilizara la palabra “sincero”...
- Ya... - A Miaja le apetecía muchísimo meterle una buena bofetada al mamarracho que tenía enfrente, pero se contuvo - ...como le iba diciendo: cuando se me exilió en Lérida con la patética excusa de que mis regimientos perdieron el paso en un desfile, lo dejé estar; no gozaba de la confianza del gobierno, eso era evidente, pero creí dejar clara mi profesionalidad al permanecer en mi puesto el día del alzamiento a pesar de que mi familia está en zona enemiga.
- Querido Miaja, nadie pone en cuestión...
- ¿Qué quiere de mí el gobierno exactamente? - cortó Miaja.
- Queremos que cumpla las órdenes, general - Caballero cambió de tono radicalmente - Estamos dispuestos a olvidar su estrepitoso fracaso a las puertas de Córdoba y vamos a promocionarle... ¿Qué me dice?
- Le digo que me huele a chamusquina. ¿No quedamos en que soy un viejo soldado fracasado al borde de la jubilación? ¿A qué viene lo del ascenso?
Largo permaneció unos instantes en silencio. De pronto fue como si se desinflara. Su voz sonó cansada:
- Los fascistas están a las puertas de Madrid, general...
Tenso silencio.
Como Miaja no decía nada, Caballero continuó hablando:
- Usted convendrá en que la seguridad de los miembros del Gobierno de la Nación es prioritaria. Yo y mi gabinete partimos para Valencia esta misma noche.
- Por supuesto, me hago cargo - dijo el general con un puntito de sorna - el pueblo de Madrid verá con buenos ojos su ejemplar y valiente actitud.
- No se extralimite, general Miaja. Las masas no piensan por sí solas... Cuando la hidra de mil cabezas del fascismo sea definitivamente destruida, regresaré para reconstruir la patria... Los líderes del pueblo han de ser preservados.
- Los verdaderos líderes del pueblo están en las trincheras de la Casa de Campo, en Carabanchel, en el Puente de los Franceses...
- Sí, sí, claro... Muy bonito y emotivo todo eso... - Largo se levantó, sacó apresuradamente del cajón de su escritorio un papel y lo puso delante del veterano guerrero. Inmediatamente después sacó del bolsillo de su chaqueta una elegante pluma estilográfica y se la ofreció a Miaja.
- Firme aquí, general - solo le faltó decir “Si no sabe escribir, ponga una “X” - desde ahora es usted carne de ca... perdón... es usted ni más ni menos que “Presidente de la Junta de Defensa de Madrid” ... Por supuesto será debidamente recompensado, sobre todo cuando acabemos de pagar unos caza-bombarderos estupendísimos que he encargado a Moscú...
- A ver si es verdad - dijo Miaja mientras firmaba los papelotes -porque llevo varios meses sin cobrar una peseta...
- ¡Hala, que me tengo que ir!... - cortó Caballero y cogió los papeles firmados - Tengo un poco de prisa, usted se hará cargo... Por cierto, llame usted al Jefe de Estado Mayor, el teniente coronel Rojo, y ya se me ponen ustedes de acuerdo en la mejor forma de defender Madrid... ¿Eh?... ¡No pasarán y todo eso... Adiós, adiós!
El presidente-ministro agarra la caja de los candelabros de plata y sale del despacho cagando hostias. Largo se larga.
Miaja queda allí sentado, solo, como el capitán de un barco en su momento de gloria: cuando su navío se está hundiendo y lo abandonan hasta las ratas.
Ratas y políticos, nunca dos palabras fueron tan sinónimas. Al militar le vino a la memoria una frase de un periodista gabacho llamado Clemenceau: “Cuando un político fallece, mucha gente acude a su entierro; pero lo hacen para asegurarse que está bajo tierra”... Miaja se levantó y se dirigió a la vitrina, destapó la botella de coñac y le dio un buen trago.
- ¡A tu salud, Clemenceau!
María Pasero iba apiñada junto con otras muchas personas en la trasera de un camión. Viajaba junto a su madre, Catalina, viuda reciente de Isidoro Pasero, y junto a su hermano, Víctor. Los dos jóvenes compartían una manta con la que se protegían del frío viento y observaban el paisaje a los lados de la carretera. Esa misma tarde habían visto alejarse Carabanchel Alto, donde vivían. Los tanques del general "Varicela" habían tomado el pueblo tras una dura batalla, al igual que lo hacían con el aeródromo de Cuatro Vientos y el Hospital Militar. Comentaban que les habían parado en el Puente de Toledo.
- Tampoco pueden pasar del puente de los Franceses - comentaban los madrileños, orgullosos. La leyenda de la defensa de Madrid había comenzado.
- ¡Mira, “Vítor”, mira!... - exclamó María Pasero, señalando una columna de coches que venían por detrás del camión a toda velocidad - ...nos persiguen.
La comitiva presidencial les pasó como una exhalación; muchas motos, muchos coches negros con banderitas republicanas, incluso unos cuantos vehículos blindados. En el cielo se oían los motores de los aviones de escolta.
- ¡Venga... Todo el Gobierno en pleno huyendo de Madrid, no vaya a ser que se escape algún tiro! - comentaba uno al fondo del camión.
- ¡Qué valientes! - exclamaba otro, completamente indignado. Y María Pasero que ya no les escuchaba, que solo miraba al cielo por un huequito de la manta... ¡Tantas estrellas! y en el aire empezaba a oler a mar, y poco a poco fue cerrando los ojos, el sueño la llevaría hasta parajes menos peligrosos, hasta las costas del antiguo y soleado reino de Valencia.
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Mi abuelo, el teniente Ángel Sainero. / Mi abuela, la teniente doña María Pasero. |
A mi abuela, que mañana cumple 98 añazos, a modo de regalo simbólico de cumple.
©Rafael Martínez Sainero, Pirata 2015