William Shakespeare fue un gran escritor, pero también fue un misógino y un machista, condición esta a la que era muy difícil escapar si se era hombre y se vivía a caballo entre el siglo XVI el XVII... y digo esto porque leo en un memorial de frases supuestamente memorables que dijo:
“La mujer es un manjar digno de los dioses, pero a veces lo guisa el diablo”
Ingenioso, sí, como todo lo que solía escribir el maestro de Avon-Sur-le Savoy, pero que dice a las claras que para él las mujeres solo eran un objeto de deseo, una forma de obtener placer. Las compara con la comida, otro placer y necesidad, insinúa canibalismo, aunque es de suponer que la metáfora se queda ahí, ya que un inglés solo come roast beef en salsa de menta. Y además de cosificada y reducida a producto de consumo, la pobre mujer ve cuestionada su capacidad de proporcionar placer si está cocinada por el Diablo.
Viene a decir el inmortal dramaturgo: “¡Menudo peligro que tienen las pibas, colega… Hay polvos que mejor no echarlos, oiga!” Con lo que además de buen sabor y excelente elaboración, el baranda exige sumisión y buena digestión.
Muchos pensarán que me paso cuatro pueblos con el bueno de Willy… Nada más lejos de la realidad. En el fondo, el animal que llevo dentro piensa igual que él. En los tiempos que corren, reconocido por la ONU y una parte de la Iglesia Occidental que la mujer también tiene alma, y luchando por equiparar sus legítimos derechos a los del varón, ahora es normal tener jefas que sean mil veces más inteligentes, capaces y bordes que tú. Y allí están, en su despacho, con sus desasosegantes perfumes caros y sus trajes de chaqueta de Armani, tan guapas, tan eficaces, la camisa abrochada hasta el límite del incipiente canalillo, dándote la chapa antes de cesarte fulminantemente. Y tú que la miras, y en el fondo solo ves un roast beef a la menta, y tras él al diablo, disfrazado de Top Chef.
Rafael Martínez Sainero, Pirata 2015
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