Bajo a la calle para echarme un cigarrito y me siento en un banco frente a la fachada de un centro de fisioterapia. Ocupo el tiempo de consumición del venenoso cilindro en leer los rótulos del establecimiento y me llama la atención uno de los muchos servicios que ofrece:
“REEDUCACIÓN DE TRASTORNOS CRANEOCERVICALES Y TEMPOROMANDIBULARES”
Medito en el significado de la frase y por mucho que lo intento, no acabo de encontrarle la lógica. Que yo sepa, se puede intentar reeducar a un gitano que se dedica a enajenar el cable de cobre ajeno, o a un blanco que dispone de fondos públicos y de tarjetas “Black” para solazarse en un club de “pilinguis”, o a un islamista mugrebí radical adiestrado desde niño en el odio, pero no se puede reeducar un trastorno. Bajo esa misma premisa, yo puedo intentar concienciar socialmente al retortijón de estómago que me sobreviene tras el café con leche mañanero.
Imagino que el buen comunicador de marketing del centro de fisioterapia, al que también podría reeducarse en cuestiones semánticas, querría decir que es al sufridor del trastorno al que se le puede reeducar a la hora de afrontar los adecuados ejercicios de rehabilitación.
Es una causa perdida, pienso. Desde que la Real Academia de la Lengua Española se dedica a legalizar palabros como Palabro, Almóndiga, Papichulo, Descambiar y Toballa, creo que el cobre seguirá siendo enajenado, los políticos seguirán follando gratis con el dinero de los impuestos y los islamistas seguirán haciendo el cafre con la excusa de que Alá es grande.
¡Cuánta reeducación sería necesaria! Yo, de momento, ya tengo a mi trastorno craneocervical repasando la gramática de Nebrija.
Rafael Martínez Sainero, Pirata 2015
Para que luego digan. Y es que un cigarrito siempre da mucho de sí. Feliz sábado.
ResponderEliminarIgualmente, Carmen. Muchas gracias por el comentario. Un placer verte y leerte por aquí.
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