lunes, 8 de junio de 2015

370.- EL JURAMENTO SAGRADO



Ven, Capitán Trueno, haz que gane el bueno.
Ven, Capitán Trueno, que el mundo está al revés.”
De la canción “Capitán Trueno” del grupo Asfalto.


Vinieron los sarracenos
Y nos molieron a palos
Y es que Dios premia a los malos
Cuando son más que los buenos.”
Abraham Ruiz JiménezEn torno a la identidad de Cehegín




El Juramento Sagrado


    Nos encontramos en el tiempo del reino de los Reyes Católicos. El conde de Roca, dando un paseo por las tierras de su vecino, el conde de Torres, se encuentra a su paso a la hija de éste.
- Buenos días señora… ¿Cómo seguís? ¿Y vuestro padre y señor?
- Bien, señor conde… ¿Y vos?
- Como siempre, querida niña: abatido y sin fuerzas.
Señor conde, me prometisteis contarme algún día vuestra desdichada vida… ¿Por qué no lo hacéis ahora?
- Si, lo haré. No dudo que vos sabréis guardar secretas mis revelaciones: Hace veinte años, Ali-Kan, un jefezuelo árabe, en unas de sus audaces correrías logró capturar a mi esposa, con la cual me había casado dos meses antes, y la llevó a sus tierras, encerrándola en su palacio.
- ¡Jamás volverás con ese conde! – exclamaba el cruel Ali-Kan mientras la condesa lloraba desconsolada.
    Yo, desesperado, reuní a mis vasallos – continuó el conde de Roca – y pugné por alcanzar sus dominios. Pero no lo conseguí nunca. El enemigo era más fuerte y no tuve más remedio que darla por perdida – Roca parecía a punto de derrumbarse y se echó las manos a la cara - ¡No! ¡Nunca podré mitigar el dolor que su pérdida me produce! Pasaron los años y hace unos meses me anunciaron la visita de un joven.
- Un joven alto y fornido dice querer visitar al señor conde – dijo el lacayo – dice querer daros noticias de vuestra esposa.
- ¿Qué decís? ¡Que pase!
    Una vez estuvo el moreno mozo en presencia del conde, éste le apremió:
- Decid… ¿Qué queréis? ¡Hablad, hablad, presto!
- Malas noticias os traigo, señor – dijo el desconocido – vuestra esposa ha muerto.
- ¡Dios mío! Así tenía que ser… ¡Pobre esposa mía! Mi dolor no tiene límites, pero… ¿Quién sois vos?
- Soy vuestro hijo.
- ¿Qué? ¿Mi hijo? ¿Ignoráis que yo no tengo hijos? ¿Qué queréis decir?
- Os explicaré… Soy vuestro verdadero hijo, puesto que lo soy de vuestra esposa. Serenaos y escuchad.
    Y el joven aquel que decía ser hijo del noble castellano le contó lo siguiente:
- Mi madre fue raptada estando ya embarazada de vos, ocho meses después nacía un niño, que soy yo.
- ¡Proseguid!
- Así lo haré, señor: Aunque la tez del bebé no era lo suficientemente aceitunada para su gusto, Ali-Kan consideró al niño suyo, y vuestra esposa, en atención al mejor trato que recibiría su hijo, alentó el engaño. Cuando cumplí dieciocho años tomé parte en mi primera batalla contra los caballeros de la Cruz y me distinguí como gran guerrero. Siempre regresaba después de realizar gestas que llenaban de orgullo a mi supuesto padre, pero que entristecían a mi madre, a la cual quería mucho.
- Os apena que combata contra cristianos porque vos lo sois ¿Verdad, madre? 
    Hasta que un día ella me reveló el secreto:
- ¡No eres hijo de Alí! ¡Y él no lo sabe! – me dijo – huye al campo cristiano y busca a tu padre, si vive aun, y lucha al lado de la Cruz… Toma, entrégale este anillo que le probará que dices la verdad,
- ¡Pero no os puedo dejar aquí, madre! Y además, debo pedir cuentas a ese…
- ¿A ese… qué? – En aquel momento apareció Alí, que había escuchado la conversación - ¡Ah, infames, ahora comprendo la verdad!
- ¡Malvado! ¡Capturaste a mi madre, clamo justicia contra ti!
    Alí-Kan echó mano a su alfanje.
- ¡Me pagaréis vuestro engaño!el sarraceno atacó con rapidez, pero ella se interpuso y no pude evitar que recibiera el golpe que iba dirigido a mí.
- ¡Pero… ¿Qué has hecho? – grité. Intercambiamos varias estocadas fallidas, pero no pudo conmigo… Le desarmé y le dejé herido en el suelo. Inmediatamente me dirigí a mi madre, que yacía sobre un horrendo charco de sangre. La tomé entre mis brazos, pero ya era demasiado tarde:
- ¡Madre! ¡Madre mía!
- Hijo mío, me muero… corred al lado de vuestro padre.
    La guardia mora de Ali-Kan había acudido al ruido de los gritos y al entrechocar de las espadas; derribaron la puerta de la estancia y entraron en tropel. Tras un breve instante de estupor al ver el cadáver de la favorita en el suelo y a su caudillo malherido, se lanzaron a por mí, pero salté por la ventana, me hice con una montura rápida y resistente, y escapé a galope.
- ¡Tendréis noticias mías, perros! – les grité mientras cabalgaba sin tregua hasta llegarme a vuestro castillo – y ahora aquí me tenéis, padre mío. Eso es todo.
- ¡Dios santo! – Exclamó el conde de Roca - ¡Cuan terrible es mi angustia! ¿Y quién me dice que es cierto todo lo que me habéis contado? ¡No puedo creeros!
    El joven asintió, resignado:
- ¡Tenéis razón! Es solo la palabra de un desconocido para vos, pero os digo que es verdad y lo demostraré… Ahora mismo voy a luchar contra ellos ¡Mi madre lo quiso así! ¡Juro por lo más sagrado que volveré con pruebas, si logro obtenerlas, si no, jamás lo haré!
    El conde de Roca terminó su historia:
- Y el joven aquel partió como un centauro. Nunca más le volví a ver… Desde entonces no sé nada de él, pero ahora creo que me dijo la verdad.
    La condesita de Torres sintió piedad por el viejo noble:
- Comprendo vuestro estado de ánimo, señor conde, ahora creéis que en verdad es vuestro hijo. No penéis, el joven volverá.
- El anillo que me dio era de ella, pero aun así, dudé. Partió a luchar contra el moro y ahora la muerte le acechará… siempre. ¿En verdad pensáis que volverá?
    La bella muchacha tomó en las suyas las manos del viejo conde y sonrió:
- Volverá, así me lo dice el corazón.

    Mientras tanto, un jinete enmascarado cabalga veloz por el monte, en pleno territorio sarraceno. Sobre su cota de mallas, un jubón rojo bordado con la cruz, símbolo de su fe. Sobre su espalda, la negra y amplia capa que ondea al viento, y en su rostro, el antifaz que había jurado llevar hasta vencer a los enemigos de la Cristiandad y desfacer los entuertos que mancillaban el linaje de su estirpe.


    Mari cerró el cuadernillo de historietas y lo depositó con cariño en el interior de una caja de cartón, junto con otros tebeos del mismo formato. Acababa de releer por enésima vez lo que con el tiempo hubiera podido ser una pieza de coleccionista, todo un tesoro: Un ejemplar de primera edición del número uno de “El Guerrero del Antifaz”, obra de Manuel Gago, quien la guionizó y dibujó cuando tan solo contaba dieciséis años.
   Mari, al igual que la condesita de Torres, sabía que el Guerrero regresaría al condado de Roca. No porque se lo dijera el corazón, sino porque lo había leído una y otra vez. Tenía un buen montón de tebeos de “El Guerrero” escondidos, a buen recaudo de su madre. Allí estaban “Buscando a Zoraida”, “En el palacio del Emir”, “El Guerrero del Antifaz contra el Turco feroz”, “En la guarida del Lobo”… También los tenía de otras colecciones, como “Flecha Negra” o “Roberto Alcázar y Pedrín”. Pero sus preferidos eran los del Guerrero. Igualmente apreciaba mucho esa colección de láminas educativas que tanto le costó reunir y que guardaba junto a sus cómics predilectos… ¡Todo un tesoro, sí señor!




    Los que no le gustaban tanto eran los tebeos que se hacían para chicas; “Florita” y “Azucena” eran los más populares, y no dejaban de ser una sucesión de blanditos y bucólicos relatos románticos. Mari tenía una maravillosa palabra para describirlos: “Cursis”, y en el fondo se sentía orgullosa de no ser cursi ella también. Algo bueno tenía que tener ser un poco “marimacho”.  Si hubiera nacido chico sería fuerte, como El Guerrero del Antifaz, y podría hacerle frente a su iracunda madre. ¡Aunque vete tú a saber! 



    Doña María Pasero era un enemigo duro de roer… ¡Ya le gustaría ver al Guerrero enfrentándose a su madre! ¡Aquella que había convertido al bravo teniente Sainero, el héroe de Brunete, en un pelele balbuciente escondido tras unas fichas de dominó y un vaso de tintorro; y cuyos únicos actos de osadía se limitaban ya a poner un dos en la quiniela al Real Madrid cuando jugaba en casa. ¿Ali-Kan? ¿El Turco feroz? ¡Já! ¡Unas nenazas con trencitas al lado de de doña María Pasero!... Y de repente, la jovencita se vio a sí misma como la protagonista de su propia saga de tebeos: “La Mari del Antifaz”, “La Fortaleza del maligno conde de Eleta”, “Buscando a Kati”, “Contra Pasero-Kan, la madre feroz”, “En la guarida de la loba” y títulos parecidos.


    De repente, escuchó un ruido a su espalda. Sus súper-sensibles oídos, entrenados en mil palizas, le avisaron que algo se movía tras ella. Esquivó la zapatilla por un milímetro. Allí estaba doña María, escoba en ristre.
- ¡¡Canalla, pagarás lo que has hecho!! – gritaba la pérfida Pasero-Kan desde el rellano, mientras arrojaba gran parte del menaje de cocina a su enemiga. La malvada cojeaba ostensiblemente, merced a que caminaba con una única zapatilla, lo que Mari aprovechó para saltar ágilmente el último tramo de escaleras de la casa. Consiguió atravesar el zaguán y cruzar el portón del castillo antes de que el puente levadizo se alzara del todo; se alejó corriendo con su cofre de tebeos bajo el brazo; esta vez había conseguido salvarlos por poco, pero era consciente de que, tarde o temprano, Kan daría con ellos y los destruiría, como intentaba siempre destruir todo aquello que pudiera hacer feliz a su hija…
- ¡Te voy a enseñar yo a holgazanear! – Se oía en la distancia su amenazante graznido nasal - ¡Ya verás tú cuando vuelvas! ¡Te voy a deslomar!
    Pero por hoy, a Dios gracias, la caja mágica de Mari estaba a salvo; todavía la podía abrir y olvidarse durante unas horas de la cruda realidad, aun podía dejarse llevar por la magia de la lectura y sentir el arrebato de navegar por viñetas pletóricas de valentía, acero y promesas de amor. Aun podía regresar a la España de los Reyes Católicos y soñar con un joven enmascarado, moreno, alto y fornido, embutido en una fina pero poderosa cota de mallas, y que cabalga a “Centella” por los estrechos pasos del desfiladero de Despeñaperros.

Rafael Martínez Sainero, Pirata 2015
Del libro de Memorias "Una Rosa en Cinco Rosas" Carabanchel, 1955



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