miércoles, 17 de abril de 2013

161.- Sobre pájaros y otros animales de compañía



Como acabar de una santa vez con el cariño a las mascotas

  Un día, hace ya muchos años, mi hijo pequeño me dijo que quería tener un pájaro. Yo, que pienso que tener prisionero a un ser vivo, aunque sea éste de naturaleza tan desagradable como las aves, es un acto de innecesaria crueldad, le expliqué que era mucho más gozoso y satisfactorio para el alma ver a estas bestezuelas en libertad. ¡Esos gorrioncillos saltarines picoteando las miguillas de pan que los viejos les echan; esos mismos viejos a los que las autoridades municipales deberían obligar a barrer los restos de la ENORME barra de pan que han esparramado por el suelo! ¡Esas palomas gordas y sucias como ratas de cloaca, con sus excrementos corrosivos y las múltiples enfermedades y parásitos de las que son portadoras! ¡Qué placer verlas volar por encima de tu cabeza sin saber cuándo te va a caer el jodido “cagarro”! ¡Qué sumo deleite sentirlas aletear a cinco centímetros de tu cara, siempre con la horrible sensación de que alguna se empotrará en tu coco, con el afilado pico clavado en la sien! ¡Oh, sublime encarnación del Santo Espíritu del Sumo Hacedor, tercero en el podio de la Santísima Trinidad! ¡Uno en tres, tres en uno para las chirriantes y oxidadas puertas que guarda San Perico! ¡Qué triste! ¡Ser tan santo para acabar de portera del celeste inmueble! ¡Y qué decir de esos buitres leonados que desde las cornisas de los rimbombantes edificios de las entidades financieras te miran la exangüe cartera que ha de morir famélica antes de llegar a fin de mes! ¿Y qué me dices de esos grajos chillones, miembros de asociaciones ecológicas y demás perroflauteces que quieren preservar cuatro charcos malolientes para que millones de aves zancudas horrorosas reposten en su viaje hasta África? En fin, todos los avechuchos de Dios, testaferro de dinosaurios primigenios, graznadores de los cielos...
  Fue entonces, tras el sonoro bofetón que mi hijo me atizó para que reaccionara de una vez y cesara de decir sandeces, cuando seguí argumentando:
- ¿Para qué quieres otro pájaro en casa? - pregunté - Si ya tienes uno de cuenta y a un loro por progenitores?... Además, los pajarracos éstos, los pollos asesinos, como los llamo yo, te pican los ojos, o te los sacan si crías cuervos, o algo así... ¡Sí, ya sé que el papá y la mamá de Luisito y Merceditas tienen animales en casa! ¡¡Pero es que son sus propios hijos!!... Si, si, también sé que tu madre me considera un cabestro ¿Pero qué hay de mi antiguo deseo nunca cumplido de poseer una buena zorra de compañía?... ¿Qué dices? ¿Que en vez de un pájaro te compre un perro?... Hijo mío, ahora que sabes lo que opino de los pájaros, acércate y escucha la terrible historia del "Perro de los Baskerville".
  Los Baskerville eran una familia que nunca recogía los excrementos de sus pulgosos chuchos, y los paseaban sin bozal y con una correa extensible especialmente diseñada para que se enrede en tus tobillos y te partas la "piñata" contra la acera. Cierto nefasto día…

© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2012




1 comentario:

  1. Pío, pío que mi menda no ha sío. Ha sío la del pastor alemán. La que disimula sacando la borsa de plástico der bolsiyo.

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