viernes, 12 de julio de 2013

188.- PEQUEÑOS MONSTRUOS: Capítulo 2 "El Cubil del Machuca"




    Desde el hermoso ventanal del claustro de profesores, cuyas vistas daban a la entrada principal del colegio, un tipo gordo con peluquín y traje a cuadros pasado de moda observaba con detenimiento a los alumnos entrar en el centro. Se llevó a los labios una taza de té frío con limón. Lo hizo con parsimonia, casi a cámara lenta. ¡Cómo le gustaba recrearse en ese momento del día! El de mayor sosiego y paz espiritual; con los rayos del sol de la mañana penetrando a ráfagas horizontales entre las láminas de la persiana. Era la calma que precede a la tempestad, minutos antes de salir a la arena del circo romano a lidiar con las fieras. Celedonio Machuca de Loeches, que por ese nombre respondía el individuo gordo del peluquín, había dedicado la mitad de su triste existencia a la docencia. Paradojas del destino, pues don Celedonio odiaba con toda su alma a niños, adolescentes y jovenzuelos en general, y les hacía responsables directos de haber arruinado su vida por completo. El profesor Machuca era el director y Jefe de Estudios del colegio "Nuestra Señora del Dolor Perpétuo", donde impartía clases de Ciencias y de su especialidad: Geología. Se jactaba don Celedonio de ser el maestro más duro y estricto de la escuela; era consciente de que sus propios alumnos le apodaban "El hueso" e incluso se enorgullecía en silencio de ese mote, no en vano tenía la media más baja de aprobados por curso de la comarca. Por el contrario, no le agradaba tanto el otro mote que le habían puesto los de tercero B: "Cele, el leches", en alusión directa a su segundo apellido y debido a los continuos pescozones que arreaba en el cogote a los alumnos cuando pasaba entre los pupitres y alguien contestaba mal a alguna pregunta o se oía el más mínimo ruido. Opinaba el "hueso" que el resto de los profesores eran unos blandos y solía recomendarles la lectura de los dos libros sobre pedagogía que él mismo había escrito y publicado: Terapia de choque en individuos con cuadro clínico de comportamiento asocial genético; la disciplina, esa gran olvidada, en el que describe experiencias propias con alumnos díscolos e indisciplinados a los que consiguió meter en cintura, y el gran "tocho" Bajo Amenazas, una voluminosa guía práctica de consejos peregrinos para conseguir la obediencia total de los pupilos. Celedonio Machuca era muy dado a expresar entre el alumnado frases rimbombantes del tipo: 
- Los buenos modales, las normas de urbanidad y convivencia, así como el respeto por sus mayores, entre los que me cuento, son sanas costumbres que deben fomentarse desde la más tierna infancia, y que demuestran una buena educación
    Podría pensarse que el señor Machuca era respetuoso con sus alumnos - siempre los llamaba de usted y exigía tratamiento recíproco - sin embargo, cuando estaba en el claustro de profesores o en la intimidad de su hogar, se refería a ellos con expresiones tales como: "vándalos", "gamberros de la litrona", "carne de presidio" o su preferida: "Pequeños Monstruos". Nuestro "tolerante" director se llenaba la boca de urbanidad, modales y respeto mutuo  y sin embargo, a la menor oportunidad, no perdía ocasión de humillar a sus alumnos, demostrándoles así el profundo desprecio que le inspiraban. 

- Mi muy estimado don Miguel de Moratalla y Papote, tenga la bondad de salir al encerado e intente demostrar a sus compañeros que tiene la cabeza para algo más que para transportar el pelo.

    Mike, que estaba distraído componiendo poemas, no se dio cuenta de que en el mundo real, la clase había empezado hacía ya un buen rato. El pelirrojo se levantó de su asiento y se dispuso a avanzar entre el pasillo de pupitres, flanqueado por las risitas nerviosas de sus compañeros, pero nada más dar el primer paso, tropezó y se pegó un "morrazo" contra el suelo. 
¡¡Clonnk!! 
    Como era de esperar, las risitas se convirtieron en carcajadas. El profesor Machuca no podía dejar pasar una oportunidad tan meridiana como aquella para avergonzar al pupilo caído. Así que añadió una nota de cruel sarcasmo al peculiar frenillo ceceante de su voz: 
- ¡Oh!... Ya veo que también utiliza el cráneo para comprobar la dureza y consistencia de las baldosas del piso
- ¡Me han atado los cordones de las zapatillas, "profe"! – Mike levantó la cabeza; su nariz parecía una berenjena de Almagro. 
- ¡No me diga! A ver, ¿Quién ha sido el gracioso? - de golpe y porrazo se callaron las risitas - ¿Nadie? ¿Se habrán atado por arte de magia los cordones ellos solos? ¡Bien!... Pues hablando de magia... ¡Tres puntos menos para Gryffindor! 
    Aunque nadie sabía a cuento de qué venía aquella referencia a las novelas de Harry Potter, todos rieron la ocurrencia de don Celedonio, pero se les heló la sonrisa en los labios cuando dijo: 
- No, no se rían, señoritas y caballeros. No es ninguna broma. Sepan ustedes que si no aparece el culpable del atentado contra las zapatillas del señor Moratalla, tienen todos ustedes tres puntos menos en la nota del próximo examen
    Las protestas, gritos y lamentos se oyeron cinco barrios más allá, pero no hubo manera de convencer al profesor Machuca de que retirara el castigo impuesto. 
- Y ahora, señor Moratalla... ¿Le importaría recordarme de qué estaba yo hablando? 
    El muchacho no tenía ni la más remota idea del tema sobre el que estaba disertando su orondo profesor, pero una mirada disimulada a la pizarra le dio una pista: En el encerado se podía ver dibujado con tizas de colores una especie de glaciar. 
- De... ¿De geología? - contestó Mike a bulto para no fallar. 
- Muy bien, señor Moratalla... ¡De geología! Y concretamente, ya se lo digo yo porque veo que no estaba prestando la más mínima atención, del "Transporte glaciar de Morrenas y rocas aborregadas." Siéntese y no se olvide decirle usted a sus padres que le compren zapatos mocasines... Y de paso, que vengan a hablar conmigo mañana por la tarde cuando acaben las clases
    El pobre chaval se fue abatido a su asiento. Cuando pasó al lado del pupitre que ocupaban sus "compañeros" José Luis Lara, el "Torro" y Rafael Pajares, que eran los macarras chulitos de la clase, supo al mirarles y ver sus sonrisas, que habían sido ellos los graciosos que le habían atado los cordones. 
- Y hablando de transporte de material aborregado... - continuó el profesor Machuca - ...me permito recordarles que mañana es la excursión al campo para recoger rocas y minerales. Será su trabajo de fin de trimestre: preparar una pequeña colección de al menos diez piezas de interés. Sean puntuales, el autobús saldrá de la puerta del colegio a las nueve en punto. Traigan ropa y calzado adecuados, 15 Euros, y sobre todo, la autorización de sus padres... ¡Firmada por ellos! 
    El timbre sonó, indicando que la primera hora de clase había terminado. Don Celedonio alzó su voz por encima del alboroto reinante. 
- Eso es todo... ¡Ah!... Al salir pueden recoger sus últimos exámenes corregidos. Con la habitual excepción del señor Trías, no ha aprobado nadie. Que tengan un buen día.




    Al acabar la jornada escolar, Mike estaba furioso con casi todo el mundo. Con Eladio P. Trías, el empollón gafotas de la clase, por aprobar siempre; con el malvado profesor Machuca, por reírse de él y por querer hablar con sus padres, a los que sin duda intentará convencer de que su hijo es muchísimo peor individuo que Annibal Lecter, el del "Silencio de los borregos"; pero sobre todo estaba furioso con esos dos idiotas, matones de segunda: El Torro y el Pajares. 
- ¡No los soporto, Tom... - se quejaba mientras salían por la puerta - ...Se creen muy graciosos y sólo son unos cobardes que ni siquiera han tenido el valor de confesar. Por su culpa Gryffin... ¡ejém!... Por su culpa tendremos tres puntos menos en el siguiente examen! 
- ¡Eh, Moratalla, Valenzuela! - alguien voceaba detrás de ellos. 
- ¡Oh, no! - exclamó Tom - hablando del rey ruín de Roma
    Los abusones llegaron a la altura de nuestros dos amigos y el Torro, que era el más alto, se puso a golpear con el índice estirado el pecho de Mike mientras le decía con voz de memo: ç
- ¡A ver si aprendes a atarte los cordones de las "bambas" cuando salgas de casa, "Panocha"... Juo, juo, juo! 
- ¡Deja quieto ese el dedito, animal! - le advertía el pelirrojo. 
- ¡Jo, jo... Díle a tu padre - intervino el Pajares, copiando el chiste malo del Machuca - que te compre mocasines
- Y tú dile al tuyo - saltó Tom - que te compre un cerebro



   Cuando todo parecía indicar que la pelea era inminente, un grupo de conocidas jovencitas pasó por su lado. Eran varias de las chicas de su clase, a saber: La escultural Yola, acompañada de sus inseparables damas de compañía, y dos simpáticas y guapas muchachas, de lo más "supermajo" de la clase: Marta Rubiales y Bea. Inmediatamente cesaron las hostilidades. Torro y Pajares se dedicaron a decir tonterías a las chicas, aderezando sus toscos gruñidos con guturales sonidos salivares: 
- ¡Nitch, nith, nitch! ¡Vaya... Vaya... Vaya! 
- ¡Dejad paso al AVE, que están como un tren! 
- ¡Tías "Güenas"!... ¡Ji, ji, ji!... 
- Ya lo dijo Groucho Marx... - Les ignoró Bea, pasando de largo y dirigiéndose a sus compañeras - ... "Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente" 
- ¿Nos estás llamando Grouchos, niñata?
    Tom permanecía ajeno al enfrentamiento dialéctico; solo tenía ojos para la tal Marta, una rubia monísima y de las más listas de clase. Aunque le daba mucha vergüenza confesarlo, le gustaba mucho su rubia compañera. Cuando ésta le miró, Tomás no pudo evitar ruborizarse. La muchacha se dio cuenta y sonrió, halagada. Por su parte, Mike estaba como catatónico; La cercanía de Yola a menos de un kilómetro le sentaba peor que a Clark Kent un cubata kriptonita. El pobre infeliz intentaba decir algo, pero solo conseguía balbucear algunas sílabas inconexas, boqueando como un besugo en el sahara. 
- Yo... yo... yo... yo... - Tom le dió un codazo para que reaccionara - ¡Yola! 
 - ¿Qué? 
- ¡Ho... hola! 
    Tom aguantaba la risa mientras se alejaban las muchachas. El Torro y el Pajares también se despidieron: 
- ¡Adiós, "pringaos", ya nos veremos mañana en la excursión del Machuca! - y se fueron calle arriba dándose puñetazos en el hombro el uno al otro, cosa esta que era la mayor muestra de afecto mutuo que su exiguo intelecto les permitía. 
- Así que "Yola, hola"... - comentó Tom con rechifla cuando se quedaron solos - Me gusta... Contundente y, sobre todo, cortito... ¡Sí, señor, tu mejor poema hasta el momento, sin duda alguna. ¿Y qué tal éste? 

Yo, Yo, Yo, Yola, 
Yo, Yo la cogía 
y no sé lo que le hacía... 

 - ¡Qué gracioso! - dijo Mike - ¿Y por qué no este otro? 

Tom, Tom, Tom, el "Tom"torrón, 
cada vez que a Marta mira, 
ya no vive, ni respira... 
ni late su corazón. 

Tom, a Tom, como un "tom"ate 
el "careto" le quedó. 
Y la chica comprendió 
que gustaba al botarate. 

    Tom se quedó sin palabras... ¿Estaba soñando o acababa de oír a Mike improvisar en verso? ¡A ver si después de todo iba a tener aptitudes! Como no deseaba iniciar una justa poética con sus desastrosas vidas sentimentales como telón de fondo, cambió de tema radicalmente: 
- Tengo que ir a entrenar con el equipo de basket... ¿Te vienes? 
- No, gracias... Ya he tenido un día bastante chungo por hoy. Solo me faltaba sentarme a verte fallar una canasta tras otra. Creo que me iré a casa; tengo que preparar las cosas para la excursión de mañana
    Los amigos se despidieron y separaron sus caminos. La noche se echaba encima, al igual que unos densos y negros nubarrones que desde el cielo de la ciudad amenazaban tormenta. Ajeno a las previsiones meteorológicas, Tom se dirigió despreocupado hacia las canchas de deporte, botando su balón contra el asfalto y preguntándose si tanto se le notaba que le gustaba Marta Rubiales.


Continuará

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