martes, 1 de octubre de 2013

208.- El Día de la Serpiente



El oso y el madroño, de los cuales Madrid llamóse Ursaria, 
como la denomina Ptolomeo, dan a entender claramente los grandes montes que en su fundación en todo el contorno había, y la muchedumbre de osos que en ella se criaba, por ser tierra muy fértil y aparejada para ello y para cualquier género de caza, 
y sierpes y culebras, las cuales solía haber tan grandes y tan disformes que destruían los ganados y toda la tierra, y no era negocio fácil y de poco momento el matarlas

(De “El antiguo Madrid” de don Ramón de Mesonero Romanos 
Apéndice Nº2: Declaración de las armas de Madrid”)

El Día de la Serpiente
    Hace mucho, mucho tiempo, en un país ya olvidado, vivía una niña de negros cabellos cuyo nombre era Flor. Aunque solo tenía siete años, se levantaba al rayar el alba para hacer las tareas del hogar, ya que su padre y su madre trabajaban en el castillo del malvado Conde de Letta. Los duros quehaceres de la casa no eran lo más indicado para una muchacha de tan corta edad, pero ella hacía lo que buenamente podía. 
    Eran tiempos muy duros. Tras un prolongado periodo de guerras, el país entero había quedado sumido en la miseria y la enfermedad. Mientras sus padres estaban en la fortaleza de su señor feudal, donde preparaban bombas de fósforo para los asedios a los que el cruel conde sometía a sus enemigos, Flor quedaba al cuidado de la casa y de sus tres hermanos pequeños: Kilin, Alice y Lolin. Solía vigilar la vieja olla, en cuyo interior cocían exiguas legumbres, mientras esperaba con impaciencia la llegada de la tarde, y con ella, la de sus padres. 
Si las mañanas eran muy complicadas para la pequeña, por las tardes todo cambiaba, ya que tenía que ir a recoger el pan que su abuela les conseguía. Esas caminatas vespertinas resultaban de lo más entretenido, eran como un juego, y todo un mundo de aventura y libertad para ella.
Para llegar a casa de la abuelita, la muchacha tenía que atravesar la desolada llanura de Kar-Ahbanch, un erial abandonado que bordeaba el siniestro muro derruido de Eug´Nìa Montj. Contaban libros, nada nuevos, que aquel ruinoso muro era lo único que quedaba de la ancestral ciudad de Valusia, que aquí se erigía antes de que los océanos se tragaran la Atlántida, y en cuyo centro se alzaba majestuosa la Torre de los Esplendores, cuyos capiteles estaban labrados en oro macizo. Flor intentaba imaginar las grandes fiestas que daba la reina Eug´Nìa en los suntuosos salones de baile del palacio.
    El único edificio habitado que seguía en pie tras el muro, y que Flor solía dejar atrás a buen paso, era el misterioso templo de las Damas Negras de Orlat, las "Orlatas", sacerdotisas de muy mala fama que solían secuestrar a mujeres de mala vida y peor reputación. Estas monjas siniestras intentaban convertir en acólitas a las meretrices, y aquellas que se negaban, eran sacrificadas al oscuro dios Orlat.


    El muro de Eug´Nìa Montj tenía un montón de misterios para una curiosa niña de siete años que empezaba a descubrir el mundo a su alrededor. Solía coger una barita al principio de su paseo con la que se entretenía en hurgar entre las juntas de los bloques de piedra. Era uno de sus entretenimientos favoritos. Siempre encontraba lagartijas, arañas y todo tipo de bichejos desconocidos que se ponían al alcance de su palo. Siempre confiaba en encontrar algo diferente. Y mira tú por dónde, un día lo encontró. Aquella infausta jornada observó un agujero entre dos piedras, sensiblemente más grande de lo normal. Decidió introducir el palo más profundamente y, de repente, asomó su cabeza una monstruosa serpiente con las enormes fauces abiertas. La niña se llevó uno de los  mayores sustos de su vida. La furiosa sierpe parecía muy cabreada por la brutal intromisión, como si quisiera vengarse de ella por haberla molestado, y en lugar de replegarse de nuevo a su oscura guarida, la bestezuela deslizó fuera del agujero su viscoso e interminable cuerpo con increíble velocidad y persiguió a Flor, con la aviesa intención de estrangularla primero, engullirla después, y digerirla durante días.


    No hace falta decir como corrió la pequeña Flor hasta dejar al enfurecido reptil atrás y llegar a la casa de su abuela. Cuando se lo contó, la buena anciana le aconsejó que para otras ocasiones, no se acercara tanto a la valla. Y mientras se tranquilizaba la pobre muchacha, su abuelita le contó una historia que no habría de calmarla, pero que al menos serviría para que empezara a conocer a uno de sus más allegados antepasados.

    La abuelita de Flor dijo:
- Hay poetas mundanos que cantan sobre las pequeñas cosas, aquellas que dejan recuerdos de tiempos de rosas; que hablan de esperanzas, de alegrías y de fe, de pequeñas reinas y reyes de juguete; de amantes que se besan bajo la luz de la luna llena, y de modestas flores que se cimbrean al sol.
    Por el contrario, los grandes poetas, escriben con sangre y lágrimas, con agonía que, como las llamas, devoran y arrasan. Alcanzan la ciega locura con sus manos, en la noche; sondean los abismos que representan la Muerte, se arrastran por yermos donde serpentean la locura y monstruosas formas de pesadilla que quieren destruir el mundo.
    Pues bien, mi pequeña flor, cree a estos últimos, pues hay cosas en la Tierra que desconocemos y que se ocultan bajo formas inocentes, pero que en realidad esconden lo más abyecto de terrores inmemoriales.
    Mi padre, o sea, tu bisabuelo, fue miembro de la guardia de asesinos rojos, la escolta personal del mítico a la par que legendario rey Kull de Valusia. Cabalgaban en fieros corceles, acorazados y fajados de rojo del casco a las espuelas. Cuando yo era pequeñita solía contarme historias relacionadas con su trabajo. Un día, haciendo su ronda de guardia, vio como muchos pájaros acudían a la copa de un árbol, pero éstos no se posaban, sino que cada pocos segundos iban cayendo uno a uno entre las frondosas ramas, como si estuvieran hipnotizados. Le entró curiosidad y acercándose, pudo ver como una gigantesca serpiente atraía a los pájaros tragándolos uno tras otro, esto le dejo paralizado y cuando reaccionó, con un gran susto en el cuerpo fue a pedir ayuda. Pero cuando regresó, junto a un grupo de hombres armados dispuestos a matar a la bicha, vieron que la culebra ya no estaba. En el suelo, junto al tronco, yacía un hombre tendido, frotándose la cabeza.
    Les contó que había visto a la bestia y habiendo intentado subir al árbol para matarla, había resbalado y caído el suelo.
- Cuando desperté, la serpiente ya no estaba - dijo el hombre.


    Tu bisabuelo no le creyó. Nadie en su sano juicio se hubiera enfrentado solo a aquella monstruosidad. De repente, le pareció observar en la comisura de la boca del extraño, una pequeña pluma de gorrión que asomaba. El guardia rojo desenvainó su espada y se acercó lentamente al desconocido mientras pronunciaba unas arcaicas palabras mágicas:
- ¡Kaa nama kaa laje-rama!

    Bajo la horrorizada mirada de tu bisabuelo, la cara del hombre se convertía en algo difuminado e irreal; los rasgos parecían licuarse y fundirse de un modo imposible. La cara no tardó en ser una máscara de bruma que se disipaba, que desaparecía para ser reemplazada por ¡La monstruosa cabeza de una serpiente! El guerrero rojo lanzó una certera estocada que empaló al enjendro contra el tronco del árbol. Luego quemaron entre todos el cadáver de la espantosa criatura y se juramentaron para guardar el secreto.


    Pues ya lo sabes, pequeña, cuídate de los hijos de la serpiente, demonios que vinieron hace mucho tiempo atrás desde el reino de las sombras… y que se esconden entre nosotros, aguardando su momento. Y recuerda bien estas palabras, quizá algún día necesites pronunciarlas: Kaa nama kaa laje-rama.

    La bondadosa y dulce anciana concluyó su relato dejando a la pobre Flor con un desasosiego de marca mayor. Le besó en la mejilla, y metiendo unas hogazas en la bolsa de tela la despidió.
- Anda, pequeña, regresa a tu casa, que tus padres te estarán esperando.

    La niña regresó dando saltitos por el camino. Recogió un palo del suelo y, por instinto, se acercó inconscientemente al muro. De súbito se detuvo, recordó las palabras de su querida abuelita y se separó de la ominosa valla. Camino de su casa regresó una Flor menos inocente que la que vino, pero que no por ello dejaba de ser una niña. Agitó la barita de madera en el aire, blandiéndola como si fuera una espada. ¡Guardaos de Flor de Valusia, despreciables hombres serpiente! ¡Será un caza sin precedentes!


A mi Madre, en el día de su cumpleaños (1 de Octubre de 2013)

© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2013
Gracias sean dadas a Valka, a Mesonero Romanos, y sobre todo al gran Robert E. Howard y a su magistral relato "El Reino de las Sombras"

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