domingo, 20 de octubre de 2013

216.- El Príncipe Azul y las Tres Princesas



"Prince Charming" Adam and the Ants

Como acabar de una santa vez con el Príncipe Azul

El Príncipe Azul y las tres princesas

    Lisardo Humberto de Hambsburg y Kronenberg, príncipe heredero de Fridonia, tenía la sangre más azul que el cielo del mediodía. Era el pretendiente perfecto, el soltero de oro por antonomasia: Rico, alto, guapo, fornido, bien dotado (tanto para las artes como de atributos viriles) elegante, educado en los mejores colegios de la Gran Bretaña, joven apuesto de finos modales y sutil sentido del humor, conocedor de las normas de etiqueta y protocolo, culto, fino gourmet, entendido en vinos, gran deportista y bailarín, un tipo con clase para dar y tomar, todo un caballero respetuoso a más no poder con las damas.



    El monarca de Fridonia llamó un día a su hijo al salón del trono y le planteó la siguiente cuestión:
- Lisardo Humberto, amado hijo mío, a la vista está que me voy haciendo viejo y es hora pues de que zanjemos de una vez por todas el asunto de la sucesión. Antes de que abdique en tu persona deberás desposarte. Con tal motivo he escogido a tres hermosas princesas de entre los reinos que nos son leales. Una de ellas habrá de ser tu futura consorte.


- Tu voluntad es la mía, padre… - dijo el príncipe - ¿Quiénes son ellas?
- Son las más perfectas princesas que pisan la tierra, cualquiera de ellas puede darte hijos e hijas que engrandecerían el egregio linaje del que eres máximo exponente. Ellas son:
Catalina de Krissia, Anastasia de Bielotveria y Zenobia de Kikiristan. También he decretado que las tres candidatas habrán de pasar una prueba. Tú valorarás el resultado de la misma, pues la elección final es tuya.
- ¿Y en que consiste ese examen, padre?
- A cada una de ellas se le ha entregado un millón de escudos de oro en efectivo para que se lo gasten en lo que estimen conveniente, teniendo en consideración que han de mirar por la felicidad del regio matrimonio y, en la medida de lo posible, por el bien del reino.
- Así sea, mi Señor.



    Al cabo de dos meses de los acontecimientos narrados, presentáronse en la corte de Fridonia las tres bellas nobles ante el príncipe Lisardo Humberto.


    Catalina de Krissia habló la primera:
- ¡Oh, mi señor, que el cielo guarde!... Yo he gastado el dinero en los más lujosos y esplendorosos tesoros, los más fastuosos trajes y los más maravillosos regalos. Todo para vos, pues nada quiero para mí, que también soy vuestra.


    Anastasia de Bielotveria dijo:
- Yo, al contrario que mi noble competidora, gasté las coronas de oro en mi propia persona. Adquirí los mejores perfumes, los más embriagadores aromas que solo se pueden conseguir en remotas tierras de magos y alquimistas; Conseguí los afeites y aceites corporales que conservan la juventud durante muchos años. Compré los vestidos más lujosos, confeccionados con sedas de oriente y los tejidos más caros que se pueden adquirir en este mundo. Todo ello, mi señor, por convertirme para vos en la mujer más bella del Orbe, pues vos lo merecéis… y porque yo lo valgo.


    El príncipe azul asintió con una leve reverencia y dio la palabra a la princesa Zenobia de Kikiristan:
- Yo, mi príncipe, invertí el dinero en armar un poderoso ejército que, durante este tiempo, ha conquistado para vuestro reino ingentes territorios y países. Ahora Fridonia es un imperio y vos, su futuro dueño.


    Quedaron el rey y su hijo gratamente impresionados con las exposiciones de las reales candidatas. Dada la sublime belleza y la demostrada inteligencia de que habían hecho gala las tres jovencitas, cabría suponer que el fallo de la prueba supondría una difícil y larga deliberación previa, pero el príncipe apenas tardó un instante en tomar su decisión, y acercándose al trono, comunicó al oído de rey su elección final.

FIN

© Rafael Martínez Sainero 


Los que no conozcan el final de esta vieja historia se preguntarán:
¿A quién escogió? ¿Quién fue la agraciada? ¿Quién se convirtió, a la postre, en la emperatriz de Fridonia?
La respuesta es obvia: La de las tetas más grandes. Y es que, queridos lector@s, los tíos, incluidos los príncipes azules, "semos asín". Espero que esto, queridas mías, os sirva de ejemplo y lección. Recordad pues, que jamás de los jamases, por mucho que os lo juren entre flores y románticos poemas, os miran primero a los ojos y después al corazón.

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