Y con los Reyes Magos se armó el Belén
José, de pie frente al establo y apoyado en un palo, meditaba en el dichoso añito que llevaba… Sin curro y de aquí para allá con el burro a cuestas… Miraba a su bella esposa, María, y al precioso niño que abrazaba en su regazo. Todavía le estaba costando asimilar el cuento del ángel, el pájaro que brillaba y aquella peregrina teoría de la Inmaculada Concepción que ella le había contado. Eso sí, el tipo de las alas que llevaba semanas subido al tejado daba que pensar. Compréndanlo, ya es bastante duro llevar más de dos años sin echar un caliqueño, y ahora un crío, así, sin comerlo ni beberlo ni engendrarlo… Y luego está lo de dichoso padrón, en fin… Lo que peor llevaba era lo de los pastores esos que se habían quedado mirándolos como bobos… ¿Y qué me dices de los payasos esos del fondo que se empeñan en pescar en un supuesto río hecho con papel de aluminio? Y siempre hay un tipo con una camiseta del Barça cagando justo aquí al lado… ¿Por qué no se va a cagar a su puta casa, allá en Vilanova la Geltrú? ¡Menuda peste, chaval! Bastante tenía con estar a todas horas junto un buey hediondo y encima cambiando pañales al hijo de Dios, qué será divino y comerá gloria pero…
Lo que ya colmó el vaso de la paciencia de José fue lo de los tres tipos en camello. Decían ser reyes magos de Oriente, pero cuando les pidió que lo demostraran le hicieron un juego de naipes bastante cutre en el que se veía el truco desde Jerusalén. ¿De Oriente? ¿En Oriente hay negros? ¡Y además ni siquiera era negro, más bien parecía un concejal embadurnado de betún! Decidió que solo le caía bien el del regalo del oro, porque menudo morro tenían los otros dos, los del de incienso y la mirra… ¿Son esos regalos dignos para un hijo del Cielo? ¡Si al menos en lugar de mirra hubieran traído maría!
Todo era muy surrealista. Cuando los pajes bajaron a los reyes de los camellos, José observó que no tenían piernas. Sus cuerpos estaban fundido con las sillas para montar las bestias… ¡Estaban huecos! ¡Como diseñados para encajar en las jorobas! ¡No te joroba!
José decidió que ya estaba bien. Desde que nació el puñetero niño no se había podido sentar. Tiró el palo y comenzó a caminar.
- ¿Dónde vas, José?
- Me las piro, Mari… Todo esto me desborda.
- Pero… ¿Qué será de mí, del niño Jesús, del futuro de la Cristiandad?
José se paró en seco, se volvió hacia ella y dijo:
- Sinceramente, querida, me importa un bledo.
San José el Carpintero apartó a empujones a los pastores mirones, atizó una patada en la boca al caganer del Barça y siguió caminando sin mirar atrás, dejando sus huellas en el sendero de harina. Y más allá de la montaña de corcho, donde se alza el castillo de Herodes con el romano gigante en la almena, tras los confines del río de papel de plata, José cayó al abismo del fin del mundo y se hizo añicos contra el parqué del salón.
© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2015
¡Que os traigan los reyes todo lo que pidáis!
(A los republicanos también)
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