lunes, 23 de diciembre de 2013

243.- El Signo de Exclamación. Cuento de Navidad. Antón Chéjov


"Ey Ras poshol" Ensemble Wolga

    En la víspera de Navidad Efim Fomich Perekladin, consejero colegiado, se fue a la cama ofendido e incluso agraviado.
- ¡Déjame en paz, fuerza maligna! - le gritó con furia a su esposa cuando esta le preguntó por qué andaba tan sombrío.
    Ocurría que acababa de estar de visita en una casa en la que se dijeron muchas cosas desagradables y ofensivas para él. Primero hablaron del provecho de la educación en general, pero después pasaron inadvertidamente al grado de instrucción de los funcionarios, expresando muchas quejas, reproches y hasta burlas con respecto a su bajo nivel. Y en ese punto, como suele suceder en todas las tertulias rusas, de los temas generales pasaron a los personales.
- Sin ir más lejos, tomemos su ejemplo, Efim Fomich - se dirigió a Perekladin un joven - Usted ocupa un puesto bastante bueno, pero ¿qué formación recibió?
- Ninguna, señor. Pero la formación no es un requisito para nosotros - respondió Perekladin con suavidad - Solo tienes que escribir bien y listo…
- Pero ¿dónde aprendió usted a escribir bien?
- Me acostumbré, señor… Tras cuarenta años de servicio uno adquiere destreza… Por supuesto, al principio fue difícil, cometía errores, pero después me acostumbré… y ya está…
- ¿Y los signos de puntuación?
- Y los signos de puntuación también… Los coloco bien.
- ¡Hum!... - se turbó el joven - Pero la costumbre no tiene nada que ver con la formación. No es suficiente con poner bien los signos de puntuación… ¡No es suficiente! ¡Hay que colocarlos a sabiendas! Usted coloca una coma y debe saber por qué lo hace… ¡Así es! Y esa ortografía inconsciente y refleja de usted no vale nada. Es producción mecánica y nada más.
    Perekladin guardó silencio e incluso sonrió con dulzura (el joven era hijo de un consejero de estado y tenía derecho al rango de secretario colegiado), pero ahora, al acostarse, era todo indignación y furia.
- He trabajado cuarenta años - pensaba - y nadie en ese tiempo me ha llamado tonto a la cara, y de repente… ¡Toma! ¡Menudas críticas recibí! ¡Inconsciente! ¡Refleja! ¡Producción mecánica!... ¡Anda y vete a la mierda! ¡Si hasta es posible que yo entienda más que tú, aunque no haya ido a esas universidades tuyas!
    Luego de dirigir mentalmente al crítico todos los insultos que conocía y de entrar en calor bajo la manta, Perekladin comenzó a tranquilizarse.
- Claro que sé… Yo entiendo… - pensó mientras se dormía - Si no pongo dos puntos donde es necesaria una coma quiere decir que comprendo, que entiendo. Sí, así es, joven, primero hay que vivir y trabajar, y después juzgar a tus mayores.
    Perekladin conciliaba el sueño y en sus ojos cerrados, atravesando una masa de nubarrones sonrientes, pasó volando como un meteoro una coma de fuego. Tras ella siguió otra, y una tercera, y pronto todo el iluminado fondo negro que se desplegaba ante su imaginación se cubrió de densas masas de comas voladoras…
- Sin ir más lejos, tomemos estas comas… - pensó Perekladin, sintiendo que sus miembros caían en el dulce entumecimiento del sueño - …las distingo perfectamente… A cada una puedo encontrarle su lugar si quiero… y a sabiendas, no como venga… Hazme un examen y ya verás… Las comas se colocan en diferentes lugares, donde hacen falta y donde no. Cuanto más embrollado sale el documento, más comas hacen falta. Se colocan delante de "el cual" y de "es decir". Si en el documento se enumeran funcionarios, hay que separarlos con comas… ¡Lo sé!
    Las doradas comas empezaron a dar vueltas y se alejaron. En su lugar aparecieron puntos de fuego…
-Y el punto se pone al final del documento… Cuando hay que dar una pausa grande y mirar al interlocutor también se pone un punto. Al final de todos los pasajes largos hay que colocar un punto para que el secretario, al leer, no se babee. Y no se ponen en ningún lugar más…
    De nuevo aparecen las comas… Se mezclan con los puntos, giran… y Perekladin ve toda una multitud de "puntos y comas", y de "dos puntos"…
- Estos también me los sé… - piensa - …donde hay pocas comas y muchos puntos hay que poner un punto y coma. Antes de "sin embargo" y de "por consiguiente" siempre pongo un punto y coma… Y a ver, ¿los dos puntos? Los dos puntos se colocan después de las palabras "Resuleven", "disponen"…
    Los "punto y coma" y los "dos puntos" desaparecieron, arribó entonces una fila de signos de interrogación. Estos brotaron de las nubes y empezaron a bailar el can-can…
- ¡Vaya una cosa el signo de interrogación! Aunque fueran mil sabría encontrarles su lugar. Se ponen siempre cuando hay que hacer una solicitud o, supongamos, pedir algún informe… "¿Adónde fue asignado el saldo correspondiente a tal año?" O "¿Considera la Jefatura de Policía que es posible atender a la susodicha Ivanova y etcétera?"
    Los signos de interrogación inclinaron sus ganchos en señal de aprobación y en el acto, como siguiendo una orden, se estiraron y formaron signos de exclamación…
- ¡Hum!... Este signo de puntuación a menudo se coloca en las cartas. "¡Muy señor mío!" o "¡Su Excelencia, padre y benefactor!"… Pero en los documentos ¿Cuándo?
    Los signos de exclamación se estiraron aún más y quedaron expectantes…
- En los documentos se colocan cuando… mmm… eso… ¿Cómo es? En efecto… ¿Cuándo se ponen en los documentos? Espera… No me acuerdo… ¡Hum!
    Perekladin abrió los ojos y se volvió sobre su otro costado. Pero no hizo más que cerrar los ojos cuando sobre el fondo negro otra vez aparecieron los signos de exclamación.
- ¡Qué se los lleve el Diablo!... ¿Cuándo hay que ponerlos? - pensó, intentando expulsar de su imaginación a esos huéspedes no invitados - ¿Acaso lo he olvidado? O me he olvidado o… nunca los he puesto…
    Perekladin empezó a recordar el contenido de todos los documentos que había firmado en sus cuarenta años de servicio; pero por más que pensara, por más que frunciera el ceño, en su pasado no encontró ni un solo signo de exclamación.
- ¡Qué chasco! Cuarenta años escribiendo y nunca he puesto un signo de exclamación… ¡Hum! Pero ¿Cuándo se coloca este demonio estirado?


    Por detrás de los signos de exclamación de fuego apareció el morro mortificador y burlón del joven crítico. Los propios signos se sonrieron y se fundieron en un gran signo de exclamación.
    Perekladin sacudió la cabeza y abrió los ojos.
- ¡Que demonios! - pensó - Mañana tengo que levantarme para la misa de maitines y esta alucinación diabólica no se me va de la cabeza… ¡Puf! ¡Así no dormiré en toda la noche!... ¡Marfusha! - gritó dirigiéndose a su esposa, que solía jactarse de que había terminado el instituto - ¿Tú sabes, cariño, cuándo se coloca el signo de exclamación en los documentos?
- ¡Estaría bueno no saberlo! No en vano estudié siete años en el instituto. Me sé toda la gramática de memoria. Este signo se coloca en los saludos, exclamaciones y en las expresiones de entusiasmo, indignación, alegría, ira y otros sentimientos.
- ¡Ah! - pensó Perekladin - entusiasmo, indignación, ira y otros sentimientos.
    El secretario colegiado quedó pensativo. Se había pasado cuarenta años escribiendo documentos, redactando decenas de miles de ellos, pero no recordaba ni una sola línea que expresara entusiasmo, indignación o algo por el estilo.
- Y otros sentimientos… - pensó - ¿Pero acaso hacen falta sentimientos en los documentos? Si hasta un insensible puede escribirlos.
    El morro del joven crítico se asomó otra vez por detrás del signo de fuego con su sonrisa mortificadora. Perekladin se incorporó y se sentó en la cama. Le dolía la cabeza, y por la frente le corrió un sudor frío… En el rincón ardía suave y débilmente la lamparilla, los muebles lucían magníficos, limpios, en todo se sentía la calidez y la presencia de una mano femenina, pero el pobre burócrata tenía frío y se sentía molesto como si hubiera enfermado de tifus. El signo de exclamación flotaba ya no en sus ojos cerrados, sino ante él, en la habitación, junto al tocador de su mujer, y le hacía guiños burlones…
- ¡Máquina de escribir! ¡Máquina! - le susurraba el espectro, soplando sobre el funcionario un frío seco - ¡Pedazo de madera insensible!


    El funcionario se cubrió con la manta, pero también allí abajo vio el espectro; pegó el rostro contra el hombro de su mujer y por detrás de este asomaba lo mismo… Toda la noche padeció el pobre Perekladin, pero de día tampoco lo abandonó la aparición. La veía en todas partes; en las botas que llevaba, en el platito del té, en la Orden de Stanislaw…
- Y otros sentimientos - pensaba - Es verdad que no ha habido sentimiento alguno… Ahora voy a casa del jefe a firmar, pero ¿acaso eso se hace con sentimiento? Uno firma así, sin más, como una máquina de felicitar…
    Cuando Perekladin salió a la calle y llamó a un cochero, le pareció que en lugar de este era un signo de exclamación quien conducía el coche. 
    Al llegar al recibidor de la casa del jefe vio, en lugar del portero, al mismo signo… Y todo le hablaba de entusiasmo, de indignación, de ira… La mano con la pluma también parecía un signo de exclamación. Perekladin la tomó, la mojó en el tintero y firmó:
"¡¡¡Secretario colegiado Efim Perekladin!!!"
    Y, al colocar esos tres signos, se entusiasmó, se indignó, se alegró y ardió en ira.
- ¡Ahí tienes, ahí tienes! - balbuceó, presionando la pluma.
    El signo de fuego se sintió satisfecho y desapareció.

Antón Chéjov, Rusia, 1885

1 comentario:

  1. Ernesto Lili nos escribe, to rebotao, preguntándonos que qué entendemos nosotros por "Cuento Navideño"... Pues ¡Yo qué sé, chaval! Supongo que Chéjov ha relacionado los fantasmas de Mr. Scrooge del mítico "Cuento de Navidad" de Charles Dickens con sus curiosos espectros ígneos con forma de signos ortográficos. Tampoco es pa ponerse asina.

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