martes, 25 de septiembre de 2012

111.- Breves apuntes sobre Madrid

Famoso cuadro de Antonio López y su esquina de la Gran Vía sin tráfico rodado / Póster ochentero de
Javier de Juan titulado "Capitol" /  Magnifica ilustración del nº 4 de la revista "Es Madríd, no Madriz"


"Seguidillas. La verbena de la Paloma" Bretón Hernández

En estos malos tiempos para la lírica que corren, pactado ya el derribo del estadio Manzanares, con los de Apple defenestrando el neón publicitario del Tío Pepe, ahora que se planea convertir el estanque del Retiro en un campo de voley playa, y que me perdone el Doctor Zaius, con muchos barrios de la periferia transformándose poco a poco en "El Planeta de los Simios", he creído conveniente reivindicar mi ciudad natal. Si, esa, el Foro, Magerit, los Madriles.

Nueva York podría considerarse hoy por hoy la capital del planeta Tierra. Pero hubo una época en que lo fue Madrid, e incluso Valladolid. Eran los siglos en los que no se ponía el Sol en el Imperio de los Austrias. Madrid siempre fue ajeno a ello, al Imperio me refiero... ficticia grandeza heredada que venía grande a sus habitantes: a las legiones de mendigos, chulos, putas, e incluso a los hijos de condes y duques que ostentaban los altos cargos públicos y que paseaban sus calles.

Madrid ha sido protagonista de infinidad de importantes hechos históricos, marco de innumerables novelas, dibujada en cientos de cómics, modelo de un sinnúmero de cuadros e ilustraciones... ¿Y cuántas canciones hay sobre Madrid? ¿"Ein"? ¡"Chorrocientas"! Y no todas hablando bien, como nos recuerda el Sabina cuando dice que aquí no queda sitio para nadie y que quiere volverse a Jaén. O como cuando Rosendo, un carabanchelero de pro nos aseguraba que es una mierda, este Madrid, donde ni las ratas pueden vivir. O la muy culé (o culona) colombiana que estaba tan encantada de largarse de aquí en su "¡Ahí te dejo Madrid!... Pues a ver si es verdad que os largáis todos si tan poco os mola mi "Madrí",  tal y como aconsejaban con buen criterio aquellos muchachos de "Séptimo Sello" con su tema "Todos los paletos, fuera de Madrid" (Lo que no molaba tanto ya era el estribillo, pero bueno, no se puede tener todo). 
Los de Ketama sin embargo no ponen tantas pegas.





Entre los grandes artistas que han plasmado Madrid, está sin duda alguna este impresionante dibujante llamado Miguel Navia. Os dejo con él, en un fascinante recorrido por La Gran Vía y sus los alrededores... 


La Gran Vía a pié de calle

La Malonga

La lluvia sobre la Gran Vía

Palacio de la Prensa

Red de San Luis

Y después de esta saludable panzada de tinta china en su mejor versión, dos escenas cotidianas de un Madrid de diferentes épocas. La primera, de los felices cincuenta, con su guardia urbano de casco blanco y todo; y a su lado, otro precioso dibujo de Javier de Juan, de su gran cómic "El Espectador" y la ilustración que abría el capítulo 1 "Así va la cosa".



A continuación una imagen curiosa: El nuevo ayuntamiento de Madrid, antiguo Palacio de Correos, está siendo bombardeado en una plaza de Cibeles sin Cibeles. Ilustración de Francisco Andrea Pezzi que me viene que ni pintada (je, je) para presentar un viejo cómic inédito. "El Pacificador" de Pirata 1980, es la prueba palpable de que no siempre grandes artistas han plasmado Madrid en sus obras. El pobre era muy joven, jo, necesitaba el dinero...





¡Jimmy Carter, alucinas! ¡El rey de los cacahuetes! ¡Qué nostalgias, oyes!... Y hablando de nostalgias, y pongamos que hablo de Madrid, y a modo de regalo de cumple para mi mamá, aquí va un fragmento de uno de los capítulos de mi próximo libro "Una Rosa en Cinco Rosas"...


Historias de la Radio

Estoy dentro de una galaxia sonora, que es la Radio, la cual se dice las cosas pero no quedan 
constancias, incluso aunque se grabe, porque hasta las grabaciones se estropean.

Bobby Deglané
Locutor de radio


    Mari y su prima Amparito dejaron atrás los Carabancheles y, válganos la redundancia, se fueron en tranvía a la Gran Vía.      
    Estaban muy contentas, ya que hoy iban a asistir como público a la emisión en directo de un programa en la radio que presentaba José Luis Pecker, un tío gafotas con mucha labia y chispeante ingenio, discípulo del gran locutor Bobby Deglané.
    Amparito, que tenía mucho mundo y “conocimientos”, tanto en la SER como en Radio Madrid, había conseguido dos invitaciones; primera fila, por supuesto. 
    Mari estaba encantada de que su prima la hubiera invitado, y con una radiante sonrisa brillando en los labios, cruzó el Manzanares y la frontera que separa el arrabal de la ciudad, la miseria de la opulencia.
    Mari sentía por su prima una sana envidia; Amparito al menos había podido ir al colegio y su familia gozaba de una posición económica que la permitía vestir a la moda y con cierto estilo.
- ¡Ay, Mari, cómo me gusta ese vestido que llevas – dijo Amparito mientras se bajaban del tranvía - era uno de mis preferidos... ¡Lástima que ya esté un poco pasado de moda!
    Cierto - pensó Mari - a ella siempre le tocaba heredar la ropa vieja de su primas... ¡Y menos mal que tenían más o menos la misma talla!
- ¡Pero que conste que te queda monísimo! – concluyó Amparito.

    Tres chavales de tupé a lo James Dean pasaron al lado de las chicas, corroborando la apreciación de Amparo:
- ¡Dime cómo te llamas, muñeca, que te pido “pá” los Reyes! – se arrancó el primero dirigiéndose a la Mari.
- ¡Ay, qué curvas! ¡Y yo sin frenos! – vociferó el segundo.
    Y llegó el último, todo sobrado y con cierta torería, quien, inclinando testuz hacia la morlaca y echando los brazos hacia atrás, va y le suelta a la Amparito:

- ¡Si fueras mi madre, mi padre dormía en la escalera
- ¡Y tú con él, so pasmao! – contestó la Amparito, reluciente y chulapa como un sol.

    Y las muchachas, que se alejaban riendo, tuvieron suerte de que no hubieran sido gañanes del sector de la construcción quienes las piropearan, ya que éstos babosos sacos de testosterona no hubieran sido tan finos, y mientras intentan echar un ojo por debajo de las amplias faldas de vuelo de las pizpiretas mozuelas, lo mismo les sueltan lindezas de este jaez:

- Tienes unos ojazos… ¡Que te comería todo el coño
- Nena, vamos a hacer magia, yo pongo la varita y tu el conejo.

    Y es que la masiva inmigración del ámbito rural de La Mancha profunda y otras ignotas regiones “paletizadas” estaba dando al traste con el fino requiebro castizo de los Madriles de antaño.

    Las chicas llegaron a la Gran Vía y de nuevo quedaron fascinadas por el glamour, enamoradas de la moda juvenil, de las chicas, de los chicos, de los maniquís...

    En las chapas azules que el Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid había adosado a las fachadas de sus imponentes edificios, podía leerse: “Avenida de José Antonio”. Triste homenaje de Franco al líder de la Falange. El Caudillo galleguillo se había pasado por el forro de los mismísimos generalísimos el verdadero nombre de la famosa avenida, y tras ganar la guerra, la había rebautizado. Otros preclaros politicastros, de antagónicos ideales a los del dictador, ya habían cambiado antes que él la denominación de la Gran Vía, que llegó a llamarse “Avenida de Méjico”, “Avenida de la CNT”, “Avenida de Rusia” o “Avenida de la Unión Soviética”.
Menos mal que el pueblo madrileño, que desde tiempos inmemoriales ha demostrado ser sensiblemente más inteligente que sus patéticos mandatarios, siempre llamó a las cosas por sus nombre: Al pan, pan; al vino, vino; y a la Gran Vía, la Gran Vía. ¡Faltaría más!
    Solo hubo un breve lapso en que los propios madrileños fueron quienes cambiaron el nombre a su Gran Vía. Fue durante los bombardeos en la guerra, cuando, por hacer la gracia, la decían “Avenida de los Obuses” o “Avenida del 15 y medio”, en referencia al calibre de los proyectiles que el ejército franquista lanzaba sobre los pisos superiores del edificio de la Telefónica, que era usado como observatorio militar. Muchos años más tarde, infinidad de españoles desearán también bombardear la Telefónica, pero esta vez por el importe de las facturas y la poca transparencia de sus promociones.

Las chicas caminaban alegres bajo los enormes cartelones de los Cines enormes, de patio de butacas, club y gallinero, gigantescas pantallas preparadas para recibir todo el Cinemascope que hubiera menester, eran tiempos en que las salas de proyecciones se merecían en verdad sus grandilocuentes nombres: “Coliseum”, “Monumental” “Palacio de la Prensa” “Palacio de la Música”...  
    Aquí, en la gran avenida de la Villa y Corte, paradigma de la modernidad hispana de nuevo cuño, no tienen cabida los palacios de la pipas de los barrios bajos, con su fila de los mancos, sus sesiones continuas y el pavimento semioculto por palomitas caídas y miles de cáscaras de pipas.

(Continuará)
© Rafael Martínez SaineroPirata 2010


Y para terminar este particularísimo homenaje a mi Madrí del alma, un curioso relato escrito a pachas con mi "compi" de letras, Marisol.



La Puerta de MSol


    Hay una plaza en la Villa y Corte de Madrid que, por razones que jamás llegaré a entender, está siempre atestada de gente. Si exceptuamos a los infieles que trafican con sustancias estupefacientes, a las hinchadas palomas, y a cuatro “japos” que masacran a instantáneas la estatua del rey alcalde, el resto siempre lleva una prisa que se las pela; y se esquivan entre ellos y sus infinitas bolsas con destreza adquirida en siglos y siglos de compras navideñas.

    Aquel día fui a misa de doce en San Felipe el Real y me entretuve luego en el mentidero de sus gradas, participando activamente en un corrillo que mezclaba churras con merinas, críticas a la última comedia de Lópe con los recortes de Rajoy, la memorable faena de José Tomás en Nimes con los cotilleos sobre Belén Esteban, y la deplorable gestión de la crisis del gobierno de Rodríguez Zapatero con los del Conde Duque de Olivares.

    Dejo atrás las covachuelas, ahíta de demagogia y mala baba, y me veo inmersa de nuevo en el maremagnum; me dejo arrastrar por una corriente humana que manaba a borbotones de la boca del metro y sin querer, tropiezo con una cosa que han dado en llamar “Kilómetro cero”. Un “gris” me pide la papela y a empellones me mete en los calabozos de Gobernación. En el exterior se oye ruido de campanadas en cuartos y botellas de sidra achampanada “El Gaitero”, famosa en el mundo entero, rotas contra el pavimento.  Intuyo que el Oso y La Mariblanca se vuelven a besar apoyados en el tronco del madroño... Debe ser nochevieja. 
    Unidos el jolgorio y la sana francachela de los “bolingas” a la inquietante mirada de la rata que se ha aposentado en mis rodillas, al filo de mi falda, me invade una morriña de Libertad harto asaz, y le comento al señor agente, impasible el ademán, que me han dado la vez en la cola de Doña Manolita y que tengo cita con una napolitana de crema en “La Mallorquina”. Se hace cargo y como también es del Madrid, como yo, me suelta. 

    Al salir del edificio de Correos, doy de bruces con el caballo blanco de un mameluco del ejército imperial gabacho, al que meto una “mojá” con la “faca” en la barriga. Tras mi humilde aportación al glorioso Dos de Mayo, logro huir de la multitud por unas callejas adyacentes y desemboco en una plaza muy bonita, llena de ventanas y de puestos de objetos de broma, presidida por el bueno de Felipe III... ¡Uf, menos mal! Aquí la gente parece estar más tranquila, como idiotizada por la luz de un sol apaciguador de primavera. Me siento a tomar una cerveza y una ración en una terracita. Lo que no acabo de entender es la sonrisa maliciosa del camarero y su ambigua actitud de frotarse las manos con evidente ánimo de lucro. Me zampo los calamares, engullo a gollete el botijo y salgo de najas (sin pagar, claro está) con un reguero de “birra” en el escote en dirección a la Puerta de MSol... A ver quien tiene redaños de encontrarme allí. Soy parte de su asfalto, de su historia… ¡La novia gata del Tio Pepe, qué coño!

© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2012 & Marisol 2012

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