domingo, 9 de septiembre de 2012

101.- ¡Dame un besito!




Como acabar de una vez por todas con la intolerancia sexual marital total




El señor de los Cigarros

    Después de que su señora esposa dejara meridianamente claro a don Froilán que seguía con él porque no tenía dinero para coger a los niños y tomar las de Villadiego, comprendió el hombre que el único modo de estar con ella era que continuaran siendo más pobres que ratas de alcantarilla. Los patéticos intentos de acercamiento de don Froilán hacia su pareja solo provocaban en esta desprecio, y si se le ocurría darle un ocasional besito cariñoso en la mejilla a modo de saludo, le sobrevenía a la señora una intensa nausea.
- Las mujeres desprecian a los hombres débiles - le dio por pensar a don Froilán - y, por supuesto, no quieren copular con ellos. Exactamente igual que las hembras de cualquier manada de cualquier especie de mamíferos.
    Supo entonces, aunque ya lo sospechaba, que las promesas de amor eterno que se pronuncian en las solemnes ceremonias suelen ser tan falsas como la parafernalia que las rodea. En la salud y la enfermedad... En la pobreza y en la riqueza... En el umbral del esfuerzo anaeróbico y en la arteriosclerosis múltiple... En el South Bronx y en la suite real del hotel Excelsior. ¿A quién querían engañar?
    A pesar de todo, él seguía intentándolo. Cualquier persona con un solo gramo de orgullo se hubiera retirado dignamente. Pero él no solo era débil, sino también miserable, por lo que el honor, la dignidad y todas esas gilipolleces se las pasaba por el forro del cojón derecho. Era un ser amoral y deplorable, y lo asumía.
    Cierto día, para conseguir mendigar unos cuantos besos, se le ocurrió una estúpida idea:
- ¿Sabes, cariño? ¡¡He dejado de fumar!!
- ¡Oh, vaya!... Enhorabuena - dijo ella sin entusiasmo y sin apartar la vista del "Hola".
- Gracias, está siendo duro ¿Sabes?
- Me lo imagino - cogió un "Ducados" y lo encendió con sumo deleite.
- Te voy a pedir un favor, ¡Cof! ¡Cof! - le dijo a su parienta mientras apartaba a manotazos el humo que le acababa de echar a la cara - como tendré inevitables ataques de ansiedad provocados por el síndrome de abstinencia... ¿Te importaría que en esos momentos de crisis te diera un buen morreo, para tranquilizarme?
    Por toda respuesta, su mujer ante los ojos de Dios (solo ante los suyos) salió de casa con el gesto descompuesto. A la media hora regresó con cinco bolsas llenas de cartones de "Marlboro" que le entregó en mano. Acto seguido sacó del bolso unos libros y se los entregó. Uno de ellos, "Tabaquismo y Enfisema pulmonar, esa gran mentira" se convirtió con el tiempo en su libro de cabecera. Ahora le llaman "El Señor de los Cigarros"


"Veinte cigarros tiene un paquete:
Tres cigarros para calmar la mala leche nada más levantarme.
Siete en el curro para poder aguantar a los Señores Enanos.
Nueve durante el resto del día, y así ahumamos un poco a los mortales.
Y uno cuando me siento sobre el trono oscuro, en la taza donde se extienden los zurrullos.

Un cigarro para soportarlos a todos; un cigarro para olvidarlos a todos y sentirme a gusto en las fétidas tinieblas, en el trono oscuro donde se extienden los zurrullos."

© Rafael Martínez Sainero, Pirata. 
Mil Novecientos y Noventa y Tantos




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