Observar una imagen, y a partir de ella inspirarse para escribir un relato, es un ejercicio de creatividad literaria de primera. También funciona observar con ojos curiosos la vida, recordar los sueños, rememorar vivencias, imaginar, mentir… y luego mezclarlo todo sin miramientos... todo vale.
A la gente que dice: “No se me ocurre nada para escribir” le daría una bofetada, por insulsa. ¡Mira a tu alrededor, coño! ¡Mírate a ti mismo! Hay 20.000 cosas sobre las que escribir…
He aquí una magnífica foto de mi querida amiga Marisol, tomada en Vallekas en una espléndida tarde de primavera. La he titulado, en un alarde de originalidad “Ropa Tendida”, je, je… ¿Qué historias os sugiere? La inspiración puede surgir en cualquier calcetín, en una simple pinza de colgar la ropa… o en una ventana.
Imagen: Marisol Blanco |
Ropa tendida
Como si de una siniestra telaraña se tratara, entre los dos edificios reinaba una densa trama de cuerdas tejida desde ambas paredes y del que pendían infinitas prendas de vestir; ropa tan interior como el patio, tan exterior como la luz del sol que oreaba la tela… sábanas, sostenes, sujetadores, servilletas, baberos, calzoncillos, camisas, camisetas, camisones, pantalones, faldas largas, faldas cortas, leotardos, abrigos, cazadoras, chubasqueros… todos con sus historias… ¿Quién os ha llevado? ¿Qué aventuras habréis vivido? ¿Fuisteis testigos de una noche de pasión? ¿Quién o qué os manchó?
En estas tonterías solía pensar cuando todos los días me asomaba a la ventana del patio para recoger la ropa tendida. Frente a mí, su ventana: siempre cerrada y con la persiana bajada. En su cuerda, paralela a la mía, ropa demasiado antigua: enaguas, polisones, corsés, pololos, corpiños, combinaciones… ¿Sería el vestuario de alguna ópera o película ambientada en la Inglaterra victoriana de Jane Austen? ¿Tal vez una tienda de disfraces? ¿Por qué nunca veía a la dueña de aquellas prendas? El caso es que alguien recogía la ropa seca, porque cada día era distinta.
Cierto día observé con asombro como el fuerte viento empujaba una de mis sábanas tendidas contra la ventana de la misteriosa vecina. Por extraño que parezca, la tela del lienzo no chocaba contra el cristal, sino que lo atravesaba tan limpiamente como un cuchillo caliente lo hace en la mantequilla, tal y como si la ventana fuera una proyección, como si no existiera.
Aquel extraño fenómeno me desconcertó sobremanera y, acuciado por la curiosidad, bajé corriendo a la calle, entré en el edificio de en frente y llamé a su puerta.
Nada. Nadie. Silencio.
Sé que fue una locura, pero mi ansiedad hizo que intentara llegar a su ventana agarrado a las cuerdas de tender. La caída fue preciosa, irregular, estética… Mi cuerpo iba arrastrando prenda tras prenda, rebotando contra las cuerdas, golpeando cuanto encontraba a su paso.
Ignoro si estoy vivo o muerto. Solo sé que estoy consciente. Y que cuando volví a elevar mi mirada entre la devastación causada, pude verla asomada a la ventana. Siempre había estado allí, esperándome. Mi chica. Mi preciosa Leonor. La mujer con la que me casé hace más de dos vidas y que ahora me sonríe y saluda mientras recoge la ropa seca y su rubio cabello se mece con la brisa, brillando como el oro blanco bañado por el sol de primavera.
© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2015
Para completar con broche de oro y diamantes esta entrada, quiero que disfrutéis de uno de los mejores mini cuentos que he leído últimamente, escrito por una talentosa compañera del mítico y legendario curso de microrrelatos de la Biblioteca Púbica de Guadalajara (España)
"Volando caracolas en la playa" Christian Schloe |
Sin título
Cuando la masa de nubes se confunde con la espuma del mar, los hombres lanzan al cielo sus caracolas. Permanecen en silencio, fascinados por ese espectáculo que, incluso a ellos, acostumbrados al ritual, resulta fantástico, casi pavoroso. De fondo, las olas inventan cada día una nueva canción.
Cuando esos hombres callados desaparezcan, cuando la playa quede desierta, la voz del mar vivirá para siempre en el corazón de las caracolas que, para entonces, habrán dejado de volar.
© Carmen Martínez San Bernardino
¿Qué? ¿Cómo os habéis quedado? ¡Precioso! ¿No? La bella imagen inspira pensamientos y estos, palabras. Las palabras crean una bella historia, y la imagen queda enriquecida, toma sentido.
"Cualquier cosa puede suceder en un mundo que contiene tanta belleza." dijo una vez el autor de la imagen que ilustra el relato. Incluso que esa belleza desaparezca para siempre cuando no quede nadie para recordarla, cuando tan solo en lo más profundo del corazón de la caracola, quedo algo parecido a la voz del mar.
Gran imagen, mejor relato. Enhorabuena a Carmen.
Podéis leer estupendos relatos como este en su magnífico blog "La Tinta del Caracol"
Y para terminar, os dejo 9 ilustraciones preciosas que tal vez os sugieran historias. Si lo hacen, no lo dudéis… escribidlas! Y si no lo hacen, ya quedaremos para que "sus" dé un bofetón bien "dao".
Pirataajj El-Rafií
Tres imágenes maravillosas de Catrin Welz |
Christian Schloe y sus oníricas pinturas... ¡Impresionantes! |
Goro Fujita... Un genio genial que despierta nuestra imaginación. |
Muchas gracias por dedicarme este espacio.
ResponderEliminarGracias a tí por deleitarnos a los que conocemos tu trabajo y a los descubren ahora con esos textos tan lindos y ese blog tan impecable y selecto. La pena es que esas narraciones no tengan la repercusión que merecen. Por cierto... perdona que no te haya pedido permiso previo... Debería haberlo hecho, pero a veces me puede el impulso de compartir lo que me entusiasma.
EliminarPor favor, no dejes de escribir nunca... Recibe un afectuoso saludo.
Rafa
Y mi enhorabuena por tu ropa tendida.
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias! Pretendía hacer otra cosa, algo más veraniego, más napolitano y terrenal... pero surgió la vena "fantasía" y quedó esto. Los mejores relatos en base a una imagen deberían salir solos nada más ver la dicha imagen, pero bueno, no ha quedado tan mal al final... Me alegra que te haya gustado.
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