lunes, 6 de agosto de 2012

74.- Juguete Rico, Juguete Pobre




Las calles de los barrios (pobres) de Madrid a finales de los 60 y principio de los 70, eran vías sin asfaltar, y también sin problemas de aparcamiento. Los niños se pasaban casi todo el día jugando en la calle y cuando llovía, el suelo se convertía en un barrizal. Cuando la tierra comenzaba a secarse, algunos jugaban a clavar hierros en el barro. Otros "jugaban" a amenazar con clavar hierros en la barriga de la gente a la que atracaban a mano armada, pero muchos de ellos acababan en la trena. 
Otra ventaja de las calles sin asfalto era que se podían hacer circuitos marcando anchos surcos, formar desniveles para simular lomas, y organizar carreras de chapas, emulando en cutre a los esforzados de la ruta que gestan sus glorias en las cumbres del Tourmalet o el Alpé D´Huez.
Lo más de lo más era conseguir una chapa de botellín de Coca-Cola (las mejores y con más peso) que no estuviera deformada en su base. Luego decorabas el interior de la chapa con una foto del ciclista en cuestión, o con una de tu prima, o con lo que quisieras; y por último se cortaba un cristalito en circulo, se encajaba en la chapa, para cargarla y que tuviera mayor estabilidad, y hala... a inflarla a tobas.
Aunque el juego en sí me molaba un montón, a mi eso de arrastrarse por el barro en plena calle no me convencía demasiado, por lo que instauré en casa la que sería una de las competiciones pseudodeportivas más duraderas de nuestra infancia: La Vuelta Chapista a Casa. Solía constar de varias etapas (Contrarreloj individual Salón-Pasillo-Salón, en línea Salón–Terraza, etc) Había un Gran Premio de la Montaña, muy duro, que para que una chapa lo pudiera ganar necesitaba escalar un sinfín de revistas. El maillot de lunares, en nuestro caso, no era para el líder de la clasificación de la montaña, sino para el último clasificado, por hortera.
Me pasaba luego un montón de tiempo actualizando clasificaciones, maillots... Y creo que eso era lo que más me molaba. 
A pesar de que mi equipo, el “X-Trange” siempre partía como favorito, solía ganar alguna chapa alta de esas cutres y blandurrias de Fanta Naranja de 2 litros que usaba Guelox para su ridículo equipo “Mundi Rosa”. Yo me desesperaba, y mi madre se desesperaba, porque hasta que no finalizara cada etapa, allí no se podía barrer, no fuera a ser que por accidente, acabara en la basura la chapa con el maiot verde de la regularidad.

Coches de leyenda: Los Ferraris rojo y azul de Niki Lauda, el Lancia Stratos, el Porshe Carrera
y el mítico Tyrrel F-1 de 6 ruedas. Pues bien: caca pocha comparados con el Mini Cooper.

Pero no todo eran carreras de pobretones; con el tiempo pudimos disfrutar de unas hermosa pistas de Scalextric. Unimos nuestros coches a los de unos amigos (el Lolo y el Charly), juntábamos todos los tramos de pista que podíamos y construimos varios circuitos míticos, como Intercharcos o Lolonápolis. La putada de esos campeonatos era que, a pesar de que todos teníamos coches cojonudos, siempre ganaba el Mini Cooper verde del Charly, que no se salía de la pista  aunque le dieras una patada.

Lamentablemente, todos fuimos creciendo; los juguetes eran cada vez más caros y sofisticados (Legos, Exín Castillos) y poco a poco fuimos sustituyendo los juguetes por discos y cosas más adultas (como por ejemplo barriles de cerveza)



Y hablando de juguetes caros y sofisticados... Seguro que estos niños y niña de la foto de aquí abajo jamás imaginaron que ellos mismos iban a acabar convertidos en juguetes carísimos para coleccionistas. ¡Qué detalles, por Dios! ¡Qué realismo! ¡Si parecen que están vivos! Lo que pasa es que estas frikadas no son para jugar, y es una pena, y suelen acabar de adorno en alguna estantería llena de libros y cómics.

A mi, con su permiso, me van a perdonar, no me sean malpensados, pero donde esté una buena "chapa"...


Rafael Martínez Sainero, Pirata 2012

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