martes, 14 de enero de 2014

263.- Agua, Pescado y Ensalada







Agua, pescado y ensalada


    Hoy era el día, el objetivo estaba claro desde hacía meses; solo restaba comprobar si se había conseguido. 
    Se subió a la báscula.
- ¡Coño! - pensó.
- ¡Cáspita! - dijo - por qué poco.
    Se bajó de la báscula, se despojó de todas sus vestiduras, se rapó al cero, se depiló hasta el último pelo de su cuerpo, se cortó las uñas apurando al máximo, tomó laxantes, hicieron efecto, defecó pues, volvió a hacer "de cuerpo", escupió, sudó todo lo que pudo, defecó otra vez… expiró todo el aire que pudo y se subió de nuevo a la báscula. 
    Le sobrevino una angustiosa sensación de desasosiego. ¡No podía dejar que aquella maldita báscula le venciera! Intentó "hacer de vientre" por cuarta vez, forzó una arcada para ver si vomitaba. Nada. Estaba vacía por dentro en todos los sentidos, con el alma abatida… ¡El alma! ¡Claro! En aquel momento recordó que todo ser humano, al expirar, pierde inmediatamente 21 gramos. 
- ¿Y cómo perder el peso del alma sin morir? - se preguntó.
   Fue entonces cuando se le ocurrió la idea. Dibujó en el suelo el círculo y el pentagrama, tras lo cual pronunció la invocación:
- ¡DIES MIES JESCHET BOENE DOESEF DOUVEMA ENITEMAUS!
    Tras la columna de azufre apareció un hombre elegantemente vestido, en apariencia humano, pero sus ojos de color fuego y los cuernecillos que salían de su frente le delataban. Su voz era gutural y tan profunda como las simas del Averno:
- ¡Vaya, vaya!... Así que quieres vender algo. ¿No es cierto?

© Rafael Martínez Sainero, Pirata 2014




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